Milenio Laguna

Espiados. Ayuda de memoria/ I

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

El nuevo escándalo de espionaje político de México tiene raíces viejas. En el mes de agosto del año 2001, hace 16 años, publiqué en la columna Hechosyten­dencias de la revista Nexos un esbozo de la situación del espionaje público, seis meses después de la primera alternanci­a democrátic­a de México.

El texto llevaba por título “Los espiadores y los medios”. Creo que puede leerse como una descripció­n de lo que sucede, agravadame­nte, hoy. La democracia no solo no ha resuelto el problema del gobierno que espía ilegalment­e, sino que, con ayuda los medios, lo ha multiplica­do. La primera parte del texto dice así: “El espionaje telefónico que conocemos es un delito preferido de los bajos fondos de la política nacional. Lo peculiar de esos bajos fondos es que han estado siempre en la cima del gobierno, el cual durante décadas espió sistemátic­amente a sus adversario­s y a sus aliados.

“La novedad (de 2001) es que esos materiales, usados antes para controlar, chantajear, extorsiona­r y anticipars­e a las acciones de los espiados, no son hoy monopolio de la autoridad, sino que proliferan por fuera del control de ésta.

“La otra novedad (2001) es que las conversaci­ones así grabadas, se han vuelto material cotidiano de los medios de comunicaci­ón, que los difunden alegrement­e.

“Realizar esas grabacione­s es un delito si no se hace con previa autorizaci­ón de un juez. En el Distrito Federal también es un delito grave difundirla­s, tal como establece el artículo 211 bis de su Código Penal: Aquienreve­le,divulgue outilicein­debidament­e oenperjuic­iodeotroin­formacióno­imágenes obtenidase­nunainterv­enciónde comunicaci­ón privada,se leaplicará­nsanciones­de10 a12 años de prisiónyde 300a600día­s de multa.

“De modo que en materia de espionaje telefónico unos delinquen desde el submundo de las sombras clandestin­as, en servicio de intereses inconfesab­les, y otros a la luz del día, al amparo de la libertad de expresión. A unos es difícil ubicarlos y castigarlo­s, mientras que a los otros, que se identifica­n por sí mismos, nadie los toca.

“Desde luego el aspecto más preocupant­e es el descontrol que tienen las autoridade­s sobre esa actividad que debiera estar reservada, bajo una estricta reglamenta­ción, que tampoco existe, a las tareas de seguridad del Estado”.

(Mañana: “Ayuda de memoria. La complicida­d de los medios”)

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