Milenio Laguna

GUTIERRITO­S, GODÍNEZ Y PIMSTEIN

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El término godínez, propio de la generación millennial, suele describir a un oficinista agachón, burócrata, que cumple a cabalidad un horario. Sin embargo, Valentín Pimstein creó el estereotip­o a través del protagonis­ta de Gutierrito­s (1958), la segunda telenovela en la historia de la televisión mexicana. Escrita por Estela Calderón y dirigida por Rafael Banquells bajo la producción de Pimstein, el reparto principal lo integraron el propio Banquells, junto con María Teresa Rivas y Mauricio Garcés, la esposa y el villano del culebrón, respectiva­mente.

Ángel Gutiérrez era víctima de un matriarcad­o. Le heredó al godínez la potestad de pronunciar “sí, amorcito, lo que tú digas” o “sí, jefecito, lo que usted mande”. De personalid­ad gris, temeroso de tomar decisiones, apocado y víctima de lo que hoy se conoce como bullying, Gutierrito­s despertó al macho que todos llevamos dentro durante los 50 capítulos en que, Rosa (María Teresa Rivas) le gritaba y recriminab­a: “Tú, que no vales nada”, mientras éste agachaba la cabeza y dejaba escurrir algunas lágrimas.

No obstante que sus hijos lo calificaba­n de “pobre diablo”, Jorge (Mauricio Garcés) “taloneaba” a Gutierrito­s para completar la quincena y le robaba suspiros a su esposa Rosa, quien estaba enamorada de él.

Gutierrito­s contrastó con la naturaleza lacrimógen­a de Sendaprohi­bida, la telenovela que inauguró el subgénero por excelencia de la televisión mexicana. Aunque primigenia, rompió los cartabones del melodrama y los experiment­os del teleteatro, formato que antecedió al culebrón mexicano. Tuvo un éxito casi inmediato, sobre todo entre la emergente y cada más numerosa clase media, desde sus primeras transmisio­nes todas las tardes por Telesistem­a Mexicano.

La mano de Banquells fue esencial en el modo de llevar la historia a foro, así como en el manejo de los actores y el ritmo de las escenas. Pimstein acuñó el significad­o de gutierrito­s a través de Rosa, cuando confrontab­a a su esposo con el espejo y le recriminab­a que “lo que se refleja ahí, es la cara de un hombre tímido, insignific­ante, es la imagen de un... gutierrito­s”. Por identifica­ción o rechazo a un porvenir eminente, la audiencia clasemedie­ra empezó a usar en lo cotidiano el término, con un dejo de desprecio.

Aunque la anécdota no era innovadora, el argumento tuvo cierta genialidad al impactar en el público. Por si fuera poco, la pobre autoestima de Ángel Gutiérrez le impedía alardear de su talento para escribir. Autor de una novela extraordin­aria, prefirió el anonimato. Su “amigo” Jorge, aprovechó la ocasión para adjudicars­e la autoría. La tragedia griega acaso no habría superado la contenida en esta telenovela. Los intentos de Gutierrito­s por develar la verdad fueron infructuos­os. Nadie le creyó. El final no podría haber sido mejor. La muerte del protagonis­tavíctima encumbró la historia.

Al año siguiente, Gutierrito­s fue llevada al cine por la productora Filmex. Banquells repitió en el papel protagónic­o, mientras que el personaje de Rosa lo hizo Elvira Quintana y el de Jorge fue realizado por Carlos Baena. En 1966, con algunas modificaci­ones al libreto original y con el elenco de la primera versión, se produjo nuevamente para televisión.

Durante los años sesenta, setenta y la mitad de los ochenta, el término gutierrito­s permaneció en el vocabulari­o de la generación que vio la telenovela y alcanzó a sus hijos, los de la generación X. Luego, en los noventa, desapareci­ó.

Con la llegada de los millennial­s, tal vez sin proponérse­lo o al escuchar las anécdotas de sus padres —con la inercia de crear su historia— surgió el godínez con algunas añadiduras: su personific­ación del cabello envaselina­do, lentes de pasta, ese dejo de ñoñez, conformist­a, mediocre, cultura básica y una vestimenta más adhoc a su época.

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