BIENVENIDOS A LA OTRA CARA DE LA MONEDA
La ciudad de Hamburgo se convirtió en el escenario más grande del mundo con un gasto de cientos de millones de euros. Cien veces más de lo que ha costado recibir a los refugiados, 20 veces más que el presupuesto escolar del año. Una representacion teatral de poder y de disgusto ciudadano. Pero también de solidaridad y paz.
El Metro suspendido; los teatros, tiendas y cines, cerrados; los embotellamientos al máximo y los parques ocupados. No había otra cosa que hacer sino manifestarse. Llenar las calles, plazas y parques. Y porque la gran heterogeneidad es un objetivo: presentar la otra cara de la moneda, llamar la atención sobre los refugiados ahogados en mares de Europa. Sobre el cierre de fronteras y las deportaciones. Sobre el empobrecimiento de los ciudadanos, la explotación de recursos de otros países, el deterioro del medio ambiente. Y sobre la doble moral de los países ricos que producen y exportan armamentos pero que deniegan el derecho de asilo a los pueblos que fueron atacados con esas armas.
Meses antes de la cumbre se reunieron iniciativas, sindicatos, comités de barrio, deportivos, vecinos, cooperativas y asociaciones para organizar la resistencia civil de Hamburgo a la G20. Se planearon las manifestaciones, las protestas creativas, como los mil zombies que deambularon por la ciudad demandando tolerancia y participación en la cumbre. Los parques fueron campamentos de solidaridad hasta que los desalojaron con gas lacrimógeno y chorros de agua.
Si hay algo que define Hamburgo aparte de ser una ciudad verde con más puentes que Venecia es su hetereogeneidad. El puerto de Hamburgo es el segundo más grande de Europa. El 25% de los habitantes son inmigrantes y 140 idiomas conviven en esta ciudad nacida entre los ríos Elba y Alster. Los pobladores primeros fueron comerciantes, pescadores, marineros, capitanes, guardacostas y transportistas, y aunque decrecen, han marcado el puerto con un aire abierto e innovador.
La policía no se quedó atrás. De varios estados llegaron 6 mil refuerzos policiacos en uniformes tipo Robocop, más 600 caballos, 200 perros antiterroristas (?) y comandos de élite con armamento superpesado y superpreciso, como los que entraron la noche del viernes a detener a los que lanzaban cocteles molotov y botellas de cerveza desde las barricadas ardiendo. La policía de Hamburgo dispuso con semanas de antelación los cercos alrededor de la zona cero y aportó los tanques lanzachorros a presión medible según la necesidad del personal. Proveyó los convoys blindados, los tanques pala y dirigió la organización.
Cuando la policía antimotines suspendió la manifestación “Bienvenidos al infierno“a cien metros de haber avanzado, unos mil 500 extremisten —como los llaman los medios— se lanzaron al sabotaje, levantaron barricadas, rompieron vitrinas, quemaron coches, lanzaron botellas de cerveza y molotovs que habían escondido en azoteas y andamios. Iban en grupos pequeños y después, cambiando sus negras ropas por suéteres de colores y los tapabocas por gorras vistosas desaparecían entre la multitud mientras los batallones de policía corrían tras un grupo inexistente. Entretanto, una multitud envalentonada por los ríos de alcohol que corrían paralelo al paso de las horas, saqueaba tiendas y lanzaba las mercancías como proyectiles contra la policía o para alimentar el fuego de las barricadas. Paramédicos, periodistas y vecinos fueron golpeados por policías, pero también por ladrones.
Del otro lado estaban los pacifistas impidiendo el paso de los tanques, sentándose en el piso hasta que los quitaron, además de las caravanas de ciclistas que con silbatos y luces rondaban la zona cero. Esporádicamente grupos relámpago de teatro y performance llenaban el aire de colores, palabras, movimientos, cantos y desaparecían. Los participantes se comunicaban por Instagram o WhatsApp. De vez en vez un comandante paraba todo el batallón para checar el mapa. Sabiendo que venían policías de otras ciudades, los extremisten cambiaron algunos letreros de las calles.
Del miércoles al amanecer hasta el domingo, sin pausas, llenaron los helicópteros el cielo y las sirenas de bomberos, policía y ambulancias el ambiente. Saldo: 200 policías heridos, 120 detenidos y un número impreciso de manifestantes golpeados, mojados, descalabrados. Nunca se había visto tanta gente en las calles ni tantos policías exhaustos a la orilla de las banquetas, ni tanto vidrios rotos en el asfalto.
Y con todo, la solidaridad no pudo ser cuestionada. Culminaron los tres días de teatro masivo con una marcha calculada en 76 mil personas que empezó el sábado a las 11 de la mañana en la biblioteca central y terminó en San Pauli, sede de la rebelión pacífica, con una fiesta general. Hubo representantes de todos los continentes, incluso dos activistas mexicanos invitados por Zapapress que participaron en los talleres alternativos a la cumbre. Varias bandas de música acompañaban los bloques en una gama de clásico, marcha, samba y rock. Hubo canciones, palmas, olas, consignas, bailes, discursos, pancartas: “La democracia no está a la venta”, “Alto a la exportación de armamentos”, “El Mediterráneo es tumba de exiliados”, “Cierren fronteras a las armas y ábranlas a refugiados”, “Madre tierra en lugar de patria” o “Solidaridad sin fronteras”.
Aunque la manifestación en sí fue impresionante, hubo escenas conmovedoras como las abuelitas repartiendo agua por igual a policías y demostrantes, payasos haciendo reír al escuadrón antimotines al caricaturizarlos, y un policía y un manifestante jugando “gato” con tiza sobre la acera. El policía marcaba con cruz y el chavo con el símbolo de paz y amor.