2018: el desastre que se viene
Pocas semanas después de que Coahuila, Estado de México, Nayarit y Veracruz fueran a las urnas, el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, declaró que el organismo estaba listo para la elección presidencial de 2018.
Mientras la cabeza del INE presumía el trabajo de su instituto —el cual organiza las quintas elecciones federales más caras del mundo, por cierto—, los partidos políticos cruzaban acusaciones de fraude, rebase de topes de gasto, robo.
Al mismo tiempo todos se decían ganadores, nadie aceptaba la derrota. Una especie de utopía en la que políticos impolutos habían vencido a los demás de manera justa. Tan justa que Coahuila y Edomex tenían más de un gobernador electo.
El proceso estaba lejos de terminar pero el INE ya veía hacia delante. Se felicitaba y concluía, antes de que el Tribunal Electoral calificara la elección, que en el Estado de México, donde el gobierno federal tuvo una injerencia digna de sus peores décadas del siglo pasado, el proceso había transcurrido como debía.
Sin embargo, el INE, por querer ver a 2018, ha ignorado los problemas que generó 2017, empezando por los internos. Días antes de que se votara el dictamen de fiscalización en Coahuila, dos consejeros, Ciro Murayama y Marco Baños, discutieron abiertamente en Twitter.
Mientras Murayama parecía afirmar como certeza el rebase del tope de gastos por dos partidos, Baños le decía que eso lo determinaba el INE completo, no él solo.
Éste es el panorama frente a la próxima elección presidencial, que será igual o más reñida que en 2006, definida por medio punto porcentual. Por un lado tenemos a un grupo de partidos más sordo que nunca. Que se niega a aceptar resultados pero tampoco los impugna como debe. Que solo sabe hacer escándalo mediático. Por otro tenemos al organismo electoral, partido en pedazos. Consejeros que muestran su clara animadversión mutua en redes sociales.
Ni partidos ni instituciones están listos para la elección. Lo que nos espera el próximo año.