Milenio Laguna

El socavón de Mancera

Cuando el comercio pequeño es masivo, deja de ser menor y tanto en EU como en CdMx hay poderosas organizaci­ones criminales que controlan el mercadeo de drogas ilegales. Los mayoristas controlan el abasto, pero no la distribuci­ón

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Tan es cierto que en la Ciudad de México no existen cárteles como lo es también para Estados Unidos. Si utilizamos el concepto en términos de control territoria­l y de la fuerza pública local, efectivame­nte no existen este tipo de organizaci­ones delictivas en ambos espacios. Lo que sí sabemos es que el consumo de drogas conlleva cadenas de distribuci­ón que por el volumen suelen ser quizá más poderosas que los cárteles. Cuando el comercio pequeño es masivo, deja de ser menor y tanto en Estados Unidos como en la Ciudad de México hay poderosas organizaci­ones criminales que controlan el comercio de drogas ilegales. Los mayoristas controlan el abasto, pero no la distribuci­ón.

En muchas partes del país, los cárteles y los distribuid­ores han evoluciona­do en sus expresione­s violentas y acciones delictivas. La guerra entre organizaci­ones criminales, la represión militar, la impunidad y la venalidad en las institucio­nes de seguridad y justicia significa que el delito y la violencia vaya más allá de la producción o comercio de drogas ilegales. En muchas de las ciudades, los grupos asociados a las drogas andan por igual en la trata de blancas, tráfico de migrantes, venta de piso, extorsión y secuestro.

Con frecuencia, las autoridade­s buscan regatearle a la realidad sus expresione­s delictivas. Es una constante y en eso el jefe de Gobierno de Ciudad de México no es excepción. Sus palabras han sido una constante: en la ciudad no existen cárteles. El operativo de Tláhuac revela que si no los hay, todo es cuestión de definición. Como tal, el secretario de Marina le sacó las castañas del fuego a Mancera, un gesto para agradecer, más en estos tiempos de pretension­es electorale­s y de candidatur­as inciertas.

El jefe de Ciudad de México cierra su ciclo con importante­s realizacio­nes políticas. La prensa con él es generosa, más que la ciudadanía que le regatea reconocimi­ento debido a la deficienci­a de los servicios, obras inconclusa­s, deficiente movilidad, insegurida­d y violencia; aunque la haya, no se habla con tanto acento de corrupción. Mancera pudo lograr lo que ninguno de sus antecesore­s de la izquierda: la reforma política de la entidad; insertar a la ciudad en la negociació­n sobre los terrenos del aeropuerto, preciadísi­mo patrimonio inmobiliar­io; hacer del incremento salarial demanda nacional, y creativos programas sociales como El Médico en tu Casa. Ha sido un político moderado, negociador, con buena relación con el gobierno federal y buena presencia política en el partido que lo llevó al poder, pero al cual dice él no pertenecer.

Mancera, como todo político, quiere continuar. La candidatur­a presidenci­al es el paso obligado; ganar la elección es prácticame­nte imposible, salvo que fuera postulado por una alianza que incluyera al PAN y al PRD. El asiento de la izquierda está ocupado por López Obrador y Juan Zepeda ha probado que es más fácil ganar encarando al tabasqueño que con la deferencia que Mancera le dispensa, sin la misma respuesta por quien a la buena y mala se ha adueñado del espacio de la izquierda.

El operativo de Tláhuac revela que si no hay cárteles en la capital, todo es cuestión de definición. Como tal, el secretario de Marina le sacó las castañas del fuego al mandatario local

Para el PRD también es un dilema postular a Mancera. Su independen­cia y la ausencia de carnet partidario no sería problema, pero sí que en el último tramo de la contienda declinara para abrir camino a López Obrador a la Presidenci­a y asegurar él un puesto de relieve en el futuro gobierno. Este es el riesgo de algunos candidatos independie­ntes. Hacer del espacio electoral que les ofrece la campaña, un juego propio para ganar el favor de quien podría ganar en el último tramo de la elección con la declinació­n.

El fraude a la ley se ha vuelto moneda de curso legal. Todos los jugadores con posibilida­des de triunfo saben que el financiami­ento y gasto oficial es menor respecto a lo que se ingresa y gasta en realidad. No hay partido o candidato que se escape. También está el tema de la promoción personaliz­ada con titulares en revista o aprovechan­do la publicidad partidaria. Los actos anticipado­s de campaña se dispararon cuando el INE no pudo frenar la ostensible publicidad que hiciera López Obrador. Tuvieron miedo de aplicar la ley y ahora allí están las consecuenc­ias.

Como pronto habrá de difundir la encuesta de GCE en todas las entidades, la imagen de Mancera, al igual que la de Jaime Rodríguez, gobernador de Nuevo León, es menos favorable en la entidad que gobierna respecto a la que tiene en el resto del país. El socavón de la insegurida­d que muestra el operativo de Tláhuac ofrece una idea de la diferencia entre la imagen pública respecto a la publicada. El secretario de Marina puede decir que no es un cártel, sino un poderoso grupo de narcomenud­is

tas. Importa lo que se diga, y mucho, pero todavía más, lo que se crea.

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JUAN CARLOS BAUTISTA El jefe de Gobierno de Ciudad de México busca regatearle a la realidad sus expresione­s delictivas.
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