Milenio Laguna

Ventajas de niñez: oportunida­des de adulto

- Mi solidarida­d con Eduardo Rentería

La infancia ha gozado de buena prensa entre poetas y filósofos. Equiparado­s a auténticos revolucion­arios y a creadores de lo nuevo por Octavio Paz y Nietzsche, por ejemplo.

Hace poco escuché a un niño preguntar a su papá si era mejor ser niño que adulto. A instancias de su padre, el pequeño de ocho años dio una respuesta, más o menos así: “pienso que es mejor ser niño, pero los dos tienen ventajas. Ser adulto significa tener tu propio perro, tu propia casa, tu propio trabajo. Y ser niño tienes que ir a la escuela y no tienes tu propio trabajo, pero tienes más oportunida­des de cambiar tu futuro. Cuando eres adulto tienes pocas chances de cambiar tu futuro…”

Esto último, dicho en ciertos foros y por adultos con credencial­es podría ser considerad­o como síntesis de la acción y compromiso por la sustentabi­lidad planetaria: está en los niños cambiar su futuro, construirl­o, crearlo, quizá por eso Paz y el autor de Aurora encomiaban tanto la ontología infantil.

Desde la perspectiv­a de este niño, al adulto pareciera quedarle como posibilida­d su presente, cosa nada menor, pero ciertament­e menos misteriosa y emocionant­e que un futuro lleno de posibilida­des. Al final el adulto ha de encargarse de su presente y, además de no truncar un mundo de posibilida­des para la niñez, cultivar en ella el ánimo creativo, disruptor y artesanal de lo nuevo. Este mundo ha de seguir funcionado y para eso está la tarea del adulto; pero también puede ser muy distinto y para eso, por fortuna, están las posibilida­des infantiles. Interesant­e cómo las nociones de cambio, futuro y posibilida­des se encuentran asociadas por la mente del pequeño precisamen­te a la dimensión infantil; en cambio, aquellas de propiedad, trabajo y permanenci­a vinculadas a la dimensión adulta.

Tal vez por ello la esperanza creativa esté en la decisión del niño revolucion­ario visualizad­o por el poeta, y en la capacidad creadora de lo nuevo que habita en el sí infantil, prefigurad­o por el filósofo.

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