¿Esquizofrenia colectiva?
Si la esquizofrenia es una enfermedad que afecta algunas funciones cerebrales, como el pensamiento, la percepción de la realidad, las emociones y la conducta, procede cuestionarnos si acontecimientos vitales, dolorosos, estresantes y repetitivos que padece la sociedad de nuestro tiempo está o no produciendo en ella una especie de esa enfermedad que, en principio, se halla en los individuos, y que es producida por múltiples factores.
En efecto, prácticamente en todas partes del mundo circunstancias socioambientales generan malestar, que se expresa en ansiedad, angustia, nerviosismo, coraje y frustración en sectores amplios de la población.
Independientemente de las distintas clasificaciones y subdivisiones que de la esquizofrenia han hechos los estudiosos, lo cierto es que el denominador prevaleciente en la mayoría de los países es la rebeldía –sobre todo en la población joven– por considerar, con razón, que no es soportable la vida que la realidad les impone y, peor aún, que les niega un futuro promisorio.
De todo y de todos se desconfía, nada está bien hecho y, lo más grave, se niega
a priori cualquier posibilidad de considerar aceptables las acciones rectificadoras, sean quienes fueren los que las intenten, sobre todo si son autoridades.
Por lo que a México se refiere, pongo un ejemplo que me parece sintomático de esa patología: la lucha contra la corrupción.
Nadie puede negar que ese mal –del que es consustancial la impunidad– hace estragos en el cuerpo social y frustra el bien ser y el bien vivir de todos. No obstante ello, también es indiscutible que la indignación social ha obligado al gobierno a proceder contra muchos funcionarios y ex funcionarios públicos (algunos en la cárcel) por evidentes saqueos y abusos de poder; sin embargo, esas persecuciones no han merecido reconocimiento de los ciudadanos en general, más bien se percibe la reacción contraria: es la prueba incontrovertible de que perseguidos y perseguidores son lo mismo, están coludidos y todo es simulación y engaño al pueblo.
Ciertamente la reacción tardía de las autoridades, que frecuentemente actúan forzadas por la presión social, genera la fundada impresión de que no hay voluntad genuina para limpiar los órganos del poder público, sin embargo, si entre más combata el gobierno la corrupción peor le va, naturalmente se le pone un obstáculo adicional a su natural resistencia para lo que le resulta ingrata tarea, y que es impostergable para la sociedad.
Yo prefiero sostener que México está cambiando, y si los ciudadanos nos esforzamos en corregir nuestra conducta y mantenemos con responsabilidad la presión, podremos tener autoridades sometidas a la ley, a pesar de la condición humana.
La causa es de todos y la responsabilidad también.