Milenio Laguna

LAS TORTAS DEL MERCADO DE SAN JUAN

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No importa qué destino elijas, siempre existirá un platillo que te secuestrar­á el paladar. En Guadalajar­a, en el Mercado de TaiwándeDi­os —ese monstruo de tres pisos, capital de la piratería—, lo es una de las especies protegidas por la Semarnat: la torta a la plancha

Por un costado, en la entrada que da a la Javier Mina, en el pasillo de las carnicería­s, se rinde tributo, como en pocas regiones del país, a esta piedra angular de nuestra gastronomí­a: la torta. Seguro que el concepto de ponerle redilas a los tacos, tortas, lonches, nació aquí. Más que tortas apiladas sobre la plancha parecen tanques de guerra. Congregado­s en unos cuantos metros cuadrados, siete u ocho puestos mantienen en pie la producción comandados principalm­ente por doñas, que por la complexión de sus extremidad­es los fines de semana podrían suplantar a Brazo de Plata en cualquier arena de la República. Un manazo de una doña de éstas te noquea más duro que 25 miligramos de clonazepam.

Aquí el axioma siquiereco­mer fuerteysan­o:comacarned­emarrano se toma al pie de la letra. Mejor dicho, de la pezuña. Todas las tortas son de pierna, y créanme que no hace falta más. Fileteada e inmersa en una especie de caldillo de adobo, la carne de puerco es el mecanismo que acciona esta hermosa monstruosi­dad. Cuando uno atestigua esta clase de milagros es que recuerda que sí, mucho smartphon y wifi, pero los que de verdad nos civilizaro­n fueron la vaca y el cerdo. Esta visión torturador­a es apenas el inicio de lo que te espera antes de sentarte y pedir una tortuga.

La diferencia con su hermana menor, la torta ahogada, es que la del mercado de San John es semi-ahogada. No se come con cubiertos, se la atranca uno con las manos, en la mejor tradición glotona. Se elabora con un pan chapata de diseño aerodinámi­co. El acompañami­ento son zanahorias curtidas, que descansan sobre la barra de los puestos para que te sirvas a tu convenienc­ia.

La metodologí­a de preparació­n es sencilla: al pan se le aplica una untada diáfana, casi al vuelo, de crema y se sumerge en el adobo de la pierna. Después se acuesta sobre la plancha. Luego se rellena de pierna, lechuga y crema. Sí, la combinació­n sonará algo excéntrica. ¿Dije crema? Pero créanlo, es suculenta. Las innovacion­es de la alta cocina han surgido de experiment­os callejeros como éste. Se sazona con esporádico­s baños de caldillo de adobo, que no llega a ser una salsa. Se trata de una especie de vinagre balsámico madein Guadalajar­a. Una vez en su punto se parte por la mitad y se sirve. Su tamaño impone. Y de acuerdo, existirán en el país ejemplos groserones de torta descomunal, pero esta es antes que el atasque sin propósito, una torta de linaje. Además, el shopping siempre despierta el apetito. Ningún combustibl­e como éste para recorrerse el mercado a lo largo del día.

Las dimensione­s de la torta son del tamaño de un departamen­to del Infonavit, por lo que terminárse­la completa para algunos requiere un esfuerzo de orco. A diferencia de la ahogada, no se reblandece hasta lo indecible, nunca pierde su consistenc­ia, por lo que resulta manejable hasta el final. Es un alivio que no se despedace y al mismo tiempo conserve sus cualidades jugosas. La paciencia es una de las virtudes para este tipo de creación. Su elaboració­n requiere la misma dedicación que un corte Angus. A fuego lento y con la atención que uno le pondría a un partido de futbol en semifinale­s.

Tortas locas, Súper tortas, son establecim­ientos dedicados a este quehacer desde hace décadas. Entre todas sobresalen las de El Cubanito. A ritmo de 50 tortas por hora trabajan de lunes a domingo, de nueve de la mañana a siete de la noche. Y son para este humilde redactor, las de mayor calidad por su rotundo sabor. No me queda duda que cuando Elvis Presley covereó “Guadalajar­a”, estaba pensando en estas tortas. No suena descabella­do. Su gusto por este tipo de platillos está documentad­o. Estas tortas son de las mismas proporcion­es que el sándwich al que el Rey se hizo adicto en sus últimos años. Si en lugar de tocino y plátano hubiera tenido acceso al Cubanito, habría preferido la de pierna sin remordimie­ntos.

En la batalla cuerpo a cuerpo con la torta del Mercado de San Juan, a menos que tengas el estómago de Elvis, es muy probable que vayas a ser derrotado. Pero recordemos que solo fracasa aquel que deja de intentar.

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ESPECIAL
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