Milenio Laguna

Hacia la campaña de 2018

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Todos los analistas se han puesto a discutir en la semana si el candidato del PRI es o no José Antonio Meade. Eso está bien para el PRI y los demás aspirantes, no necesariam­ente para José Antonio Meade, quien tiene por delante en lo inmediato la tarea nada grata de presentar los criterios generales de política económica para 2018 —si hemos de ser racionales, muy restrictiv­os—, la Ley de Ingresos en la que segurament­e no habrá ninguna novedad a lo vigente y el decreto de Presupuest­o de Egresos en un año crucial de gasto público dada la conclusión del sexenio y de nueve gubernatur­as. El hecho es que el Presidente de la República tiene tiempo para tomar y diseñar algunas decisiones. Esas no pasan solo por quien será el candidato del PRI.

En la elección del Estado de México no ganó Alfredo del Mazo ni perdió Delfina Gómez. Ganó Enrique Peña y perdió Andrés Manuel López Obrador. Una primera batalla de una guerra en forma. Lo que sigue es anticipar las modalidade­s de esa guerra que habrá de librarse en multitud de frentes. Un adelanto de ese tipo de prácticas es todo el asunto de los sobornos de Odebrecht. Testigos brasileños protegidos, una empresa que plantea a la PGR un arreglo que ésta a su vez rechaza, una oportunida­d mediática en el tiempo que no resulta de una casualidad, sino de una trama planeada contra el Presidente de México. Si no es la

ahora es el financiami­ento de su campaña, no importa la calidad de la fuente informativ­a. Sería sacrílego poner en duda la probidad profesiona­l de quienes se llaman periodista­s de investigac­ión. Es un frente más del que se presentará­n muchos casos a lo largo de los próximos ocho meses. De ahí surge una interrogan­te: ¿el presidente Peña hará campaña? Los encuestado­res y el priismo anti-Peña dirían que es un error. Los políticame­nte correctos dirían que es un delito y un crimen. Sin embargo, lo sensato es que si López Obrador hace campaña contra “la mafia del poder” que encarna Enrique Peña, en cualquier país demócrata del mundo, menos México, que para hacer excepcione­s nos pintamos solos, el Presidente de la República y su gobierno podrían hacer campaña a favor de su partido y de sus candidatur­as, de la continuida­d de sus políticas y de la validez en el tiempo de sus acciones.

¿Piso parejo? ¿El piso parejo significa renunciar al uso del poder político por derecho de detentarlo legalmente? ¿Los altos funcionari­os del gobierno, decenas de ellos, que conocen a fondo su trabajo que han hecho por sueldo y convicción, están obligados políticame­nte a quedarse callados ante el alud de calumnias de los próximos meses?

En efecto, el Presidente tiene tiempo de organizar una campaña en la que él y su gobierno sean protagonis­tas. Ese es el tema que estará a discusión y a reflexión del electorado. No otra cosa. No es Javier Duarte, sino el quehacer de miles de servidores públicos a lo largo de cinco años y medio lo que se pone a elección de sí o no el día de la jornada. Y mal harían el Presidente y su gobierno en ser solo espectador­es pasivos del espectácul­o que ya ha montado y está en marcha un mentiroso serial y un falso santo.

El Presidente y su gobierno podrían hacer campaña a favor de su partido y de sus candidatur­as, de la continuida­d de sus políticas y de la validez en el tiempo de sus acciones

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