Milenio Laguna

La iluminació­n de Porfirio Díaz

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Dice Carlos Tello Díaz en el primer tomo de los tres que tendrá su biografía de Porfirio Díaz, toda ella un desafío a la imagen que los mexicanos tienen del personaje, que Díaz también fue joven alguna vez, y que, como todo joven, alguna vez no tuvo idea de quién era ni de quién iba a ser.

Carlos Tello registra la escena en que Díaz escoge el camino que lo haría lo que fue. Es una escena memorable, que los conocedore­s de Díaz habrán citado mucho, pero que quizá solo Carlos Tello Díaz ha rodeado de la densidad literaria que revela la profundida­d del hecho.

Es el año de 1849 y un muchacho de 19, llamado Porfirio Díaz, estudiante del Instituto de Ciencias de Oaxaca, ha decidido, al terminar el curso, que se va a inclinar por el estudio de la teología.

En aquel mundo eso quiere decir que seguirá la carrera eclesiásti­ca. Uno de los mentores de Porfirio, que lo ha metido con su influencia al instituto, donde estudió Benito Juárez y estudiaría Matías Romero, lo lleva del brazo a la ceremonia de fin de cursos.

No es un día cualquiera. Toda la pompa y la circunstan­cia de la que es capaz el estado de Oaxaca se vierten aquella noche sobre el instituto.

Viene a la ceremonia de fin de cursos toda la ciudad famosa de Oaxaca, clérigos y políticos, ricos, militares, y mujeres, las mujeres que normalment­e son invisibles en la ciudad, y al final del desfile, el gobernador.

Carlos Tello Díaz revive aquel entorno, aquellas farolas nocturnas en las calles habitualme­nte sin luz de la ciudad, aquella sucesión de celebridad­es y carros tirados por caballos que se dan cita a la entrada del instituto.

El último en entrar es el gobernador Benito Juárez.

El mentor de Díaz lo acerca al cogollo del prestigio local. Porfirio estrecha por primera vez la mano de Juárez. Lo estremece “el trato abierto y franco” que ahí ve, tan distinto del que ha visto hasta entonces en el instituto. Esa noche, revuelto en un insomnio que agitan las luces cívicas del acto, Díaz decide no seguir la carrera eclesiásti­ca sino la de Juárez.

No lo sabe, pero esa noche decide ser Porfirio Díaz. (Carlos Tello Díaz, Porfirio Díaz. Su vida

y su tiempo. Debate. Conaculta/Debate, 2015, pp. 98-100). M

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