Milenio Laguna

En pelota en lo oscurito

¿Cómo es que a estas alturas del destape prevalece una izquierda clerical, habituada a moverse en la penumbra y exigir transparen­cia a sus contrarios?

- XAVIER VELASCO

¿Qué pensar o decir de un celoso guardián de la moral que todo lo resuelve en lo oscurito? ¿No está ya muy quemado ese recurso?

Alguien por ahí recuerda la última vez que un extraño mañoso le llevó a lo oscurito? Pudo ser por comprar boletos en reventa, hacerse con alguna sustancia disoluta o evitarse una multa aparatosa, entre tantas urgencias concebible­s, y en realidad la escena es tan común que con trabajos llama la atención. Debe de haber millares de pícaros y cándidos que ahora mismo negocian en penumbra. Apuesta uno a perder, cuando acepta los términos del sigiloso, pero a veces no queda otra salida. Sabemos que en la sombra manda quien hasta ella nos condujo y nuestra buena fe depende de la suya. Más que salir, entramos, como quien hace check-in en la boca del lobo, y quedamos enterament­e a su merced.

En el reino tramposo del sigilo, la libertad se ejerce como una fechoría. Antes que cliente o víctima, el sonsacado es cómplice y copartícip­e. Todo lo cual puede ser muy loable cuando quienes le sacan la vuelta a la farola padecen opresión oficial, social o familiar y ejercen sus derechos a escondidas, aunque también ocurre que esas prerrogati­vas sobreviven a la calamidad que las ocasionó y cualquier día amanecen vestidas de costumbres y coartadas. ¿O es acaso un secreto que en la boca del lobo también se aprende a aullar?

No se imagina uno a los comunistas de José Revueltas conspirand­o en las mesas del Prendes, sino al fondo de alguna covacha en blanco y negro donde la paranoia es el primer recurso del raciocinio. No es que les apetezca la vida clandestin­a, ni que saquen partido especial de ella, pero tampoco tienen otra opción y la padecen con estoicismo. Viven cautivos de su propia trinchera. Sirven como cruzados a una misión que, admiten, los trasciende. No saben relajarse, ni osarían intentarlo, so pena de más tarde temerse imperdonab­les. Dondequier­a que estén, se mirarán rodeados de enemigos y se hablarán en clave, para que no haya duda de que siguen en guerra.

En ese entonces ahora inconcebib­le, los temas escabrosos solían abordarse en lo oscurito, de modo que la gente acudía al sigilo en defensa legítima contra los pudibundos al timón. Hoy la gente habla a gritos en los lugares públicos, sin rastro de prudencia, pudor o sobresalto, de cosas que hace un siglo le habrían valido la exclusión social. Y si han de cultivar la discreción, no será por temor al qué dirán sino a los delincuent­es pululantes que ya hacen inventario de sus pertenenci­as y esperan confiscarl­as al primer descuido. ¿Quién de ellos no quisiera llevarse a su cliente al imperio traidor de lo oscurito?

Es fácil advertir que en los últimos años la penumbra ha perdido sus poderes. Vivimos entre cámaras y micrófonos, con trabajos podemos salvaguard­ar la clandestin­idad de nuestros pensamient­os. Se dice con frecuencia que el poder nos espía, pero ésta es una calle de dos sentidos. Nunca el poder estuvo tan vigilado, ni fue la transparen­cia condición esencial para ejercerlo. Y es así que el sigilo, alguna vez aliado del opositor, resulta en democracia su acérrimo enemigo. Ya sea por candor o convenienc­ia, no hay prócer que se salve en lo oscurito.

Dadas las circunstan­cias, el antípoda de la transparen­cia no es ya la opacidad, de por sí escandalos­a entre tantas farolas encendidas, como la pantomima. Amafiarse en lo oscuro para dar el gatazo de una falsa apertura es poner en escena un sainete barato cuyos destinatar­ios suelen ser —fatal, arterament­e— los menos informados. ¿Cómo es que a estas alturas del destape prevalece una izquierda clerical, habituada a moverse en la penumbra y exigir transparen­cia a sus contrarios? ¿No les habla su brújula moral, con lo sensible que es, de la caducidad de sus salvocondu­ctos? ¿Quién va a ser el valiente que les anuncie el fi n de la guerrafría?

Recuerdo a un profesor de secundaria especialme­nte estricto y suspicaz a la hora de aplicar un examen escrito. Según solía advertirno­s, los alumnos tramposos se señalaban solos desde que lo miraban por el rabo del ojo. ¿Cómo no desconfiar del vigilado que no pierde de vista al vigilante? ¿Y qué pensar de aquel celoso polizonte al que nadie más puede inspeccion­ar? Sucede con los curas, gestores simultáneo­s de pureza y sigilo, poder y bonhomía, caridad y justicia ultraterre­na, pero en tiempos recientes ni ellos están a salvo del ojo colectivo.

Hace ya varios años que en lo oscurito abundan las linternas. No lo saben algunos cruzados anacrónico­s, pero el que era escondite se les hizo escenario. Hace ya un rato largo que los vemos y nada los exhibe tan desnudos como su inclinació­n por la pantomima. Mienten mal y no alcanzan a esconderse, como frecuentem­ente lo hacen sus adversario­s, sólo que éstos no se las dan de puros, ni aspiran a profetas y ayatolas. ¿Qué pensar o decir de un celoso guardián de la moral que todo lo resuelve en lo oscurito? ¿No está ya muy quemado ese recurso?

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JUAN CARLOS BAUTISTA Morena seleccionó a Claudia Sheinbaum como coordinado­ra de organizaci­ón en la capital.
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