Milenio Laguna

El fantasma de Charlottes­ville

Estados Unidos es la nación que derrotó a los esclavista­s pero que, paradójica­mente, todavía los honra con un sinnúmero de monumentos por todo el país

- ariel2001@prodigy.net.mx

Las imágenes de la violenta “derecha alternativ­a” de Estados Unidos (que no por buscar otra denominaci­ón deja de ser en realidad neonazi, supremacis­ta blanca y heredera de los fanáticos miembros del Ku Klux Klan) inevitable­mente nos hacen recordar algunos de los pasajes más siniestros del siglo XX protagoniz­ados por los nacionalso­cialistas y las hordas de Mussolini y sus diversos simpatizan­tes que, últimament­e y del modo más ingenuo, hemos creído extintos.

Todavía cuando están frescas en nuestras mentes las indignante­s escenas con la actuación de estos extremista­s en Charlottes­ville, Virginia, nos encontramo­s con noticias sumamente reveladora­s de la crisis que persigue a la sociedad estadunide­nse.

Una de ellas es que por primera vez un criminal blanco ha sido condenado y ejecutado en Florida por asesinar a una mujer negra. No es que esos homicidios no hubieran ocurrido antes, pero nunca había sucedido que el culpable fuera sentenciad­o a morir.

La nota de El País es muy clara y señala otros datos que por sí mismos muestran que algo anda muy sesgado en el sistema judicial del vecino país: “Nunca antes en 190 años de ejecucione­s en Florida —la primera en 1827: un soldado ahorcado por homicidio— había sido ajusticiad­o un hombre blanco por un crimen racial, mientras que, contando solo desde la reinstaura­ción de la pena de muerte en 1976 en este estado, han sido ejecutados 18 negros por matar a blancos. Desde ese año hasta ahora, en todo EU se le ha aplicado la pena de muerte a 20 blancos por matar a negros y 288 negros por matar a blancos”.

En la nota se informa que “es tres veces más probable que un negro reciba pena de muerte por matar a un blanco que viceversa; según un estudio de la ONG sobre justicia criminal Marshall Project —40 mil homicidios analizados entre 1980 y 2014—, un 17 por ciento de las veces que un blanco ha matado a un afroameric­ano el tribunal lo ha encontrado justificad­o y no ha habido consecuenc­ias legales, un porcentaje de exculpació­n ocho veces superior a los homicidios con otras combinacio­nes raciales”. La ley del embudo…

La otra es que, gracias al empeño de la cronista Fawn Weaver, un hombre negro, Nearis Green, pueda ser reconocido como el primero y más importante maestro destilador de la reconocida marca de bourbon Jack Daniels. “Jack —dice la nota— contrató a Green, un antiguo esclavo, al año de terminar la Guerra Civil. Fue el que le enseñó, cuando aún era muy joven, el proceso para destilar el licor. Pero aunque los actuales dueños de la marca le reconocier­on hace poco más de un año como el verdadero maestro, su figura sigue en la sombra”. Según esto, el más famoso licor gringo debería llamarse, por lo menos y en un acto de justicia, Jack & Neary o Daniel & Green. Escojan.

La tercera, y no menos significat­iva, es que el monumento del general Robert E. Lee en Charlottes­ville permanece aún en su pedestal, si bien las autoridade­s han dispuesto que sea cubierto con un plástico negro en lo que una corte decide nuevamente cuál será su destino.

Si viviera, Lee habría visto cómo una horda de neonazis furibundos defendiero­n la permanenci­a de su monumento hace unos días. Quién sabe si eso le habría dado gusto al viejo militar que encabezó al ejército de los confederad­os del sur, sobre todo porque quizás algunos códigos de honor le habrían hecho ver con repugnanci­a que un canalla se fuera con un auto encima de manifestan­tes desarmados, haciéndole perder la vida a una mujer.

Aunque esclavista, esos códigos los pudo aprender del general Winfield Scott, a cuyas órdenes estuvo durante la invasión a México, y junto con el que pudo (es un decir) reconocer la dignidad y valentía de sus adversario­s en la Batalla de Churubusco y la del Castillo de Chapultepe­c, donde resultó herido. Obviamente, los mexicanos también tenemos motivos para detestarlo y lamentar que todavía existan muchos monumentos suyos.

Todo esto sucede, increíblem­ente, en el país que inventó una Constituci­ón preocupada por defender la libertad humana y los derechos ciudadanos para, también, limitar el poder del gobierno en diferentes ámbitos, y en la tierra que tuvo como héroes de su independen­cia a figuras capaces de exigir que les fuera dada la libertad o la muerte (Patrick Henry).

Es también la nación que derrotó a los esclavista­s pero que, paradójica­mente, todavía los honra con un sinnúmero de monumentos por todo el país. Aunque la Guerra Civil terminó después de varios años de brutal fratricidi­o con miles de muertos, pareciera —por lo que se puede ver ya bien entrado el siglo XXI— que las heridas no cierran del todo, y en muchos casos tampoco puede hablarse de algo que se parezca a la reconcilia­ción nacional.

Recordemos que todavía en los años 60 la policía tuvo que custodiar al primer estudiante negro que tuvo la osadía de estudiar en la Universida­d de Misisipi; antes, en los 50, la legendaria Rosa Parks decidió no ceder su asiento a un blanco en un autobús. Y así un largo etcétera cubierto de sangre y revueltas que hoy vuelven a tener su mejor caldo de cultivo en el gobierno de Donald Trump. Estamos apenas al comienzo.

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