El fantasma de Charlottesville
Estados Unidos es la nación que derrotó a los esclavistas pero que, paradójicamente, todavía los honra con un sinnúmero de monumentos por todo el país
Las imágenes de la violenta “derecha alternativa” de Estados Unidos (que no por buscar otra denominación deja de ser en realidad neonazi, supremacista blanca y heredera de los fanáticos miembros del Ku Klux Klan) inevitablemente nos hacen recordar algunos de los pasajes más siniestros del siglo XX protagonizados por los nacionalsocialistas y las hordas de Mussolini y sus diversos simpatizantes que, últimamente y del modo más ingenuo, hemos creído extintos.
Todavía cuando están frescas en nuestras mentes las indignantes escenas con la actuación de estos extremistas en Charlottesville, Virginia, nos encontramos con noticias sumamente reveladoras de la crisis que persigue a la sociedad estadunidense.
Una de ellas es que por primera vez un criminal blanco ha sido condenado y ejecutado en Florida por asesinar a una mujer negra. No es que esos homicidios no hubieran ocurrido antes, pero nunca había sucedido que el culpable fuera sentenciado a morir.
La nota de El País es muy clara y señala otros datos que por sí mismos muestran que algo anda muy sesgado en el sistema judicial del vecino país: “Nunca antes en 190 años de ejecuciones en Florida —la primera en 1827: un soldado ahorcado por homicidio— había sido ajusticiado un hombre blanco por un crimen racial, mientras que, contando solo desde la reinstauración de la pena de muerte en 1976 en este estado, han sido ejecutados 18 negros por matar a blancos. Desde ese año hasta ahora, en todo EU se le ha aplicado la pena de muerte a 20 blancos por matar a negros y 288 negros por matar a blancos”.
En la nota se informa que “es tres veces más probable que un negro reciba pena de muerte por matar a un blanco que viceversa; según un estudio de la ONG sobre justicia criminal Marshall Project —40 mil homicidios analizados entre 1980 y 2014—, un 17 por ciento de las veces que un blanco ha matado a un afroamericano el tribunal lo ha encontrado justificado y no ha habido consecuencias legales, un porcentaje de exculpación ocho veces superior a los homicidios con otras combinaciones raciales”. La ley del embudo…
La otra es que, gracias al empeño de la cronista Fawn Weaver, un hombre negro, Nearis Green, pueda ser reconocido como el primero y más importante maestro destilador de la reconocida marca de bourbon Jack Daniels. “Jack —dice la nota— contrató a Green, un antiguo esclavo, al año de terminar la Guerra Civil. Fue el que le enseñó, cuando aún era muy joven, el proceso para destilar el licor. Pero aunque los actuales dueños de la marca le reconocieron hace poco más de un año como el verdadero maestro, su figura sigue en la sombra”. Según esto, el más famoso licor gringo debería llamarse, por lo menos y en un acto de justicia, Jack & Neary o Daniel & Green. Escojan.
La tercera, y no menos significativa, es que el monumento del general Robert E. Lee en Charlottesville permanece aún en su pedestal, si bien las autoridades han dispuesto que sea cubierto con un plástico negro en lo que una corte decide nuevamente cuál será su destino.
Si viviera, Lee habría visto cómo una horda de neonazis furibundos defendieron la permanencia de su monumento hace unos días. Quién sabe si eso le habría dado gusto al viejo militar que encabezó al ejército de los confederados del sur, sobre todo porque quizás algunos códigos de honor le habrían hecho ver con repugnancia que un canalla se fuera con un auto encima de manifestantes desarmados, haciéndole perder la vida a una mujer.
Aunque esclavista, esos códigos los pudo aprender del general Winfield Scott, a cuyas órdenes estuvo durante la invasión a México, y junto con el que pudo (es un decir) reconocer la dignidad y valentía de sus adversarios en la Batalla de Churubusco y la del Castillo de Chapultepec, donde resultó herido. Obviamente, los mexicanos también tenemos motivos para detestarlo y lamentar que todavía existan muchos monumentos suyos.
Todo esto sucede, increíblemente, en el país que inventó una Constitución preocupada por defender la libertad humana y los derechos ciudadanos para, también, limitar el poder del gobierno en diferentes ámbitos, y en la tierra que tuvo como héroes de su independencia a figuras capaces de exigir que les fuera dada la libertad o la muerte (Patrick Henry).
Es también la nación que derrotó a los esclavistas pero que, paradójicamente, todavía los honra con un sinnúmero de monumentos por todo el país. Aunque la Guerra Civil terminó después de varios años de brutal fratricidio con miles de muertos, pareciera —por lo que se puede ver ya bien entrado el siglo XXI— que las heridas no cierran del todo, y en muchos casos tampoco puede hablarse de algo que se parezca a la reconciliación nacional.
Recordemos que todavía en los años 60 la policía tuvo que custodiar al primer estudiante negro que tuvo la osadía de estudiar en la Universidad de Misisipi; antes, en los 50, la legendaria Rosa Parks decidió no ceder su asiento a un blanco en un autobús. Y así un largo etcétera cubierto de sangre y revueltas que hoy vuelven a tener su mejor caldo de cultivo en el gobierno de Donald Trump. Estamos apenas al comienzo.