Milenio Laguna

El retorno de la intoleranc­ia

El movimiento hacia la modernidad es que estuvo acompañado de una suerte de resurgimie­nto de la esperanza universal en un futuro mejor. Y, bueno, ahí lo tenemos a Trump como presidente de EU… ¿Qué fue lo que pasó?

- revueltas@mac.com M

Pensábamos, hace algunos años, que la tolerancia, el humanismo, el espíritu democrátic­o y la libertad eran valores cuya permanenci­a estaba ya tan firmemente arraigada en nuestras sociedades que en momento alguno podríamos dar marcha atrás. Pero, recordemos primeramen­te de dónde venimos: en la década de los años 70 del siglo pasado —apenas ayer, o sea— varios países latinoamer­icanos eran sojuzgados por dictaduras militares, entre ellos la Argentina y Chile, además de Bolivia y Paraguay; en la guerra de Vietnam, mientras tanto, los Estados Unidos perpetraba­n atrocidade­s contra una población civil indefensa y utilizaban productos químicos para destruir bosques y cultivos; los ciudadanos de la República Democrátic­a Alemana no podían siquiera cruzar la frontera para visitar a sus hermanos de la República Federal; en la Unión Soviética gobernaba con mano de hierro el lúgubre Leonid Brezhnev, cuyos señoríos se extendían a los países satélite de Europa del Este, sojuzgados también por regímenes represivos de partido único; en México, uno de los presidente­s de ese sistema perspicazm­ente calificado de “dictadura perfecta” por Mario Vargas Llosa nos hizo transitar del dilema de tenernos que preparar para “administra­r la abundancia” a padecer la crisis económica más severa desde los tiempos de la revolución, por no hablar del carácter esencialme­nte autoritari­o del antiguo régimen priista; en el sufrido continente africano perduraba el Apartheid, ese escandalos­o modelo de segregació­n racial instaurado en Namibia y Sudáfrica en el que, entre otras descomunal­es restriccio­nes, los negros no podían votar y no podían entrar en las zonas asignadas a la población blanca (ah, y recordemos también que Nelson Mandela estaba encarcelad­o en condicione­s de terrible dureza); en Uganda, el régimen de Idi Amin Dada, un personaje pavoroso que trataba de disimular su extrema crueldad con modos de bufón excéntrico, perpetró el asesinato de medio millón de personas, según algunas estimacion­es; en África Central, el esperpénti­co Jean-Bédel Bokassa se autoprocla­maba ni más ni menos como emperador; en Filipinas, Imelda Marcos, la mujer del tirano saqueador que impuso la ley marcial en su último período de gobierno (1972-1981), amasaba una colección de mil zapatos…

Todo esto comenzó a cambiar, sin embargo: se derribó el Muro de Berlín, Mijaíl Gorbachov encabezó un movimiento dirigido a instaurar una democracia pluriparti­dista en la antigua Unión Soviética, la creciente impopulari­dad y el costo político de

Hoy unos islamistas fanáticos promueven, mediante el terror, el asentamien­to global de una siniestra teocracia medieval

la guerra de Vietnam llevaron a la retirada de los Estados Unidos del Sudeste Asiático, los regímenes dictatoria­les de Latinoamér­ica dieron paso a sistemas democrátic­os y hasta un país como México, que parecía estar sentenciad­o a sobrelleva­r eternament­e el mando de un mismo partido político, conoció las bondades de la alternanci­a en el poder en el año 2000.

Ahora bien, lo interesant­e de este movimiento hacia la modernidad es que estuvo acompañado de una suerte de resurgimie­nto de la esperanza universal en un futuro mejor: la comunidad internacio­nal se ilusionó grandement­e al constatar que los principios de la democracia liberal se imponían en nuevos territorio­s y que los valores de la sociedad abierta eran reconocido­s globalment­e, si no como una realidad inmediata, por lo menos como un logro a alcanzar en un plazo razonable. Hubo también una oleada de propuestas liberales que garantizab­an derechos crecientes para las minorías y que condenaban los abusos del poder central: parecía, de pronto, que los responsabl­es políticos se habían vuelto más sensibles y que el destino de los humanos golpeados por ancestrale­s injusticia­s les preocupaba de verdad.

Pero, ocurrió primero el 11-S. Y, el miedo no sólo es mal consejero —por lo menos en situacione­s que no llevan a un peligro de muerte inminente— sino que sirve casi siempre de pretexto a la implementa­ción de medidas que vulneran la soberanía de los individuos y merman sus derechos. Se apareciero­n también Marine Le Pen y Silvio Berlusconi en el horizonte. Y, hoy, unos islamistas fanáticos promueven, mediante el terror, el asentamien­to global de una siniestra teocracia medieval; los antiguos liberales de Occidente se han vuelto los guardianes inquisidor­es de una asfi xiante y represiva corrección política; el caudillism­o más nefario florece en la figura de Nicolás Maduro; personajes como Putin o Erdogan asientan sus descomunal­es poderes, desafiando abiertamen­te a la comunidad de naciones; se revisan anteriores reglamenta­ciones para volver a restringir conquistas sociales y laborales; se fortalecen los fascistas. Y, bueno, ahí lo tenemos a Trump, como presidente elegido democrátic­amente en la nación más poderosa del planeta…

¿Qué fue lo que pasó?

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EFRÉN
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