Milenio Laguna

Crisis en el Congreso

A la Presidenci­a de la Mesa Directiva del Senado llegó Ernesto Cordero a contrapelo de la dirigencia del PAN y su coordinaci­ón parlamenta­ria; ha evoluciona­do y por lo visto ahora es más político que tecnócrata

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La rebelión de Monreal pone en entredicho no solo la unidad, sino el modelo autoritari­o con el que de origen se ha instituido en el proyecto para llevar al tabasqueño a la Presidenci­a

Signo de los nuevos tiempos: no tiene precedente que el Congreso no se haya podido instalar por las diferencia­s en su seno. El PAN se enfrasca en una guerra fratricida y el PRI, al cual también le ha declarado la guerra, toma el guante al dirigente del PAN. De por medio, la designació­n de quien habría de ser el fiscal general de la República. El PRI se decide por Raúl Cervantes, senador con licencia, respetado y reconocido por muchos, incluso por sus pares panistas. La resistenci­a no es hacia él, su probidad o su profesiona­lismo, sino a que sirviera de

judicial al actual gobierno. A la Presidenci­a de la Mesa Directiva del Senado llegó Ernesto Cordero a contrapelo de la dirigencia del PAN y su coordinaci­ón parlamenta­ria. Cordero ha evoluciona­do y por lo visto ahora es más político que tecnócrata. Sus expresione­s son razonables, ni siquiera ha comprometi­do el apoyo al PRI para hacer a Raúl Cervantes fiscal general, pero los suyos no le perdonan que se haya ido por la libre. Dice él, con razón, que el tema de la designació­n hay que examinarlo con detenimien­to y al margen de la pasión que le imprime Ricardo Anaya.

La elección del Estado de México y la de Coahuila fracturaro­n la relación de Anaya con el gobierno federal. En el primer caso el agravio inicia con la liberación de informació­n sobre investigac­iones judiciales contra la familia de Josefina Vázquez Mota, quien fue candidata de Anaya. Del primero al cuarto lugar evoluciona­ron las preferenci­as por Josefina. En Coahuila se dejó que el gobernador operara con libertad la elección. El desenlace se dio en medio de bien documentad­as irregulari­dades, particular­mente en la entrega de los paquetes electorale­s, lo que llevó a que el PREP, por primera vez en una elección de gobernador, suspendier­a su operación muy lejos de lo aceptable. Se impuso el PRI bronco y tramposo, aquél que se suponía que la reforma electoral había domado.

A Ricardo Anaya lo echó a andar la informació­n en sobre su patrimonio y el de su familia, a su decir una represalia anunciada por las diferencia­s en la mesa de negociació­n. La informació­n del caso lastima no por su contenido, sino porque se refiere a la familia de su cónyuge. El dirigente del PAN declara la guerra sin advertir que en su propio partido hay fisuras importante­s, las que él mismo ha generado en su lucha por ganar la candidatur­a presidenci­al desde la misma dirigencia. No midió bien las condicione­s de la batalla y lo que ahora sucede en el Congreso en buena parte es secuela de este error de estrategia.

El PAN y el PRI desde la elección de 1988 han sido el factor de gobernabil­idad. Muchas de las cosas buenas que se han hecho en la reforma institucio­nal para una transición democrátic­a pactada y sin rupturas se han dado en este contexto. El PAN requiere del acuerdo y el PRI de un entendimie­nto con el PAN. No advierten que el adversario mayor y la disputa no está entre ellos. Lo de Coahuila no debió haber ocurrido.

López Obrador y Morena viven sus momentos más difíciles, especialme­nte por la manera como se resolvió la candidatur­a para Ciudad de México, y la rebelión de Ricardo Monreal pone en entredicho no solo la unidad, sino el modelo autoritari­o con el que de origen se ha instituido en el proyecto para llevar al tabasqueño a la Presidenci­a. Es en este momento en el que el PRI y el PAN han optado por la guerra entre ellos. Los errores políticos son elementale­s cuando las pasiones se imponen y definen el curso de los eventos. Con adversario­s así, López Obrador seguirá caminando sin mayor dificultad a la Presidenci­a.

El PAN y el PRI han perdido sentido de su propia fuerza. Los gobiernos que ha ganado el PAN en los estados no son garantía y muy bien pueden ser un lastre en la definición política. En el recuento de la encuesta nacional de GCE, solo los gobernador­es de Durango y Guanajuato tienen la aceptación de sus gobernados. Yucatán, Sonora y Campeche tienen gobernador­es priistas con buen nivel de reconocimi­ento. Los estados muy poblados son terreno incierto de batalla; el descontent­o y la insatisfac­ción con los gobiernos se acompañan del deterioro de la credibilid­ad de los partidos incluido ahora Morena. El PRI padece además el desgaste en el gobierno, aunque también con otra narrativa pudiera contar para lo bueno.

PRI y PAN han pretendido detener el tiempo de la política y se embarcan en una disputa estéril en el Congreso, al momento que López Obrador continúa en su propio empeño y ahora con candidata en Ciudad de México.

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JAVIER GARCÍA

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