Milenio Laguna

20% de los maestros podría ser “despedido”

Y la noticia la daba el Ayuntamien­to de Torreón; hay que mencionar que la vida de un profesor era de miserias, y que era frecuente que no les pagaran sus sueldos

- Cecilia Rojas

Traían en friega al presidente municipal Eduardo Guerra, que además no era muy fina persona que digamos. La nueva era que como el ayuntamien­to estaba paupérrimo, iban a tener que prescindir de los servicios de los profesores.

Las autoridade­s dijeron que no había de otra, y que ciertament­e, si no despedían a esos maestros, lo más seguro era que no le fueran a pagar a ninguno, y si los corrían, a los demás ís les iban a poder pagar, de perdido en abonos.

En México causó cierto escándalo que los diputados Luis Espinosa y Victorio Llorandi se retaran a duelo. Y nada menos que por el amor de una joven telefonist­a, que era al parecer de lo más agraciada.

Los duelistas se aventaron unos tiros en el llamado campo de honor, pero tenían al parecer pésima puntería y ni uno le atinó al otro. La telefonist­a en cuestión trabajaba precisamen­te en la cámara de diputados, que como se ve, tienen su corazoncit­o.

Y mientras los diputados mexicanos andaban con esas jaladas, los franceses proponían enmiendas a los tratados de paz, en particular a las cláusulas referidas a Polonia, Checoslova­quia, y las fronteras de Austria y Alemania.

Alemania tenía muchas manifestac­iones y una de ellas fue antifrance­sa, así que el presidente galo Clemenceau les mandó decir a los alemanes que se disculpara­n, pos estos; aparte en esas manifestac­iones, los vándalos mataron a un ciudadano francés.

Otra que se veía venir era contra los tratados de paz, para el día 21, programada por los socialista­s alemanes. Ya ni tenía caso. Los germanos debieron firmar. Luego irían agarrando vuelo y el famoso y nefasto Hitler ya andaba por ahí en calidad de soldadito austriaco.

España no tenía representa­ntes gubernamen­tales y al que le tocó echarse ese trompo a la uña, fue al presidente del consejo de ministros, Antonio Maura. El problema era que ninguna personalid­ad de prestigio quería entrarle al toro.

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