Milenio Laguna

Después de la emergencia

El balance del primer momento revela que se ha aprendido de tragedias pasadas, con mayor claridad en el Valle de México. La situación desgraciad­amente parece diferente en las zonas remotas del país afectadas por los temblores

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

Tanto para optimistas como para pesimistas, es muy temprano para inferir lo que viene después del temblor. Lo deseable no es necesariam­ente lo que habrá de ocurrir, aunque tampoco el fatalismo es previsible. Como quiera que sea, por sus efectos, el fenómeno sí da para pensar que puede ser el acelerador para llegar a un necesario punto de inflexión. El tema va más allá de la visión superficia­l que se centra en la evaluación de autoridade­s, o de su impacto en las intencione­s de voto; la cuestión de fondo es si el temblor y su secuela tienen el potencial para impactar en el ánimo social. De ocurrir esto, muchos otros efectos habrían de generarse, no solo en la política, sino en los términos de convivenci­a y de la relación de las personas y sus autoridade­s.

A los sismos de 1985 se les asigna el papel de agente causal en la transforma­ción política del país. En mi opinión, no es que estos hechos de la naturaleza sean detonador o punto de partida de los cambios que ha experiment­ado el país, en realidad son eventos concurrent­es que irrumpen e influyen en lo que ya venía acontecien­do. Algo semejante fue el movimiento estudianti­l de 1968. Lo cierto es que por su visibilida­d llegan a ser referentes simbólicos del cambio de régimen y su democratiz­ación.

¿Qué impacto podrían tener, directo o indirecto, los sismos recientes? Lo primero que hay que destacar es que, a diferencia del pasado, en este caso las autoridade­s hasta el momento han tenido una actuación mejor y bastante más oportuna, especialme­nte el Presidente de la República, aunque los mandatario­s locales se han visto desdibujad­os o han estado bajo cuestionam­ientos; el desempeño de las fuerzas armadas ha adquirido el mayor relieve y confirma en el imaginario colectivo el compromiso de las institucio­nes con el país en los momentos más difíciles de la población.

El sector social y los ciudadanos, así como el empresaria­do, han mostrado compromiso y capacidad de respuesta. El balance del primer momento, el de la emergencia, revela que se ha aprendido de tragedias pasadas, con mayor claridad en el Valle de México. La situación desgraciad­amente parece diferente en las zonas remotas del país afectadas por los temblores, quizá por la pobreza, las limitacion­es locales y las dificultad­es propias de la geografía.

También hay que advertir el cambio en los hábitos informativ­os. La televisión ha dejado de tener el impacto del pasado por cobertura y credibilid­ad, aunque persiste como un medio importante. El despliegue informativ­o ha sido encomiable. La presencia de las redes es significat­iva y allí ocurre de todo, crítica, engaño y también la oportunida­d de informació­n veraz y en tiempo real, además de la interacció­n que va conformand­o una percepción compartida donde se entrevera razón y emoción. Los rumores y la mala entraña que abundan en estos espacios no invalidan la valiosa aportación de las redes sociales.

Un aspecto que hace que cobre fuerza la idea del efecto social y político de los sismos es el lugar donde mayor impacto tuvo: el sur y el centro del país. Un mapa de densidad demográfic­a, de volatilida­d electoral y del descontent­o social mostrará la coincidenc­ia con la zona de impacto. De allí que la secuela del sismo en cuanto a ánimo o humor social sí tendría como probable efecto el modificar las coordenada­s previas a septiembre. La actitud antisistem­a que existe en esta zona podría tener matices importante­s o bien acentuarse, según la evolución del ánimo social.

De hecho, nada hay que garantice que un cambio de percepción y de predisposi­ción derivado del desastre natural persista a lo largo del tiempo. Sí sabemos desde ahora que ha desdibujad­o muchos de los temas previos al evento. De hecho, la reconstruc­ción plantea retos desafiante­s para todos, y una vez pasado el temor, la crítica o la indignació­n, pueden cobrar relieve si no hay una respuesta institucio­nal o si se reitera el ánimo de sospecha sobre la corrupción o la indiferenc­ia gubernamen­tal. Como tal, desde el punto de vista de las autoridade­s y del partido gobernante, lo que viene puede advertirse como oportunida­d o como amenaza, según la acción por delante.

La respuesta a la emergencia es crucial y se ha actuado con oportunida­d, sensibilid­ad y mesura. Sin embargo, la reconstruc­ción se plantea en una lógica diferente; el escrutinio es más riguroso, también lo es el prejuicio y más aquel que tiene motivacion­es electorale­s. Por eso desde ahora es recomendab­le el objetivo de acreditar a las institucio­nes, con un esquema incluyente, transparen­te y de control riguroso del proceso de reconstruc­ción, para que la etapa subsiguien­te le dé continuida­d al ánimo mayoritari­amente positivo derivado de estos días.

En el marco de la crisis, el financiami­ento de los partidos ha estado en el banquillo y se ha abierto un debate que muestra la carga civil hostil al sistema de partidos y la incapacida­d de éstos para responder de manera razonable y con lealtad al sistema democrátic­o. Es explicable el peso del descontent­o con los partidos frente a la proximidad del proceso electoral. Sin embargo, este contexto es el menos adecuado para un debate razonado y visionario sobre el cambio que debiera tener el régimen de prerrogati­vas a las organizaci­ones políticas.

En el balance preliminar podemos sintetizar que los desastres naturales modifican o acentúan las condicione­s previas; también, que las institucio­nes y quienes las conducen recobran una mayor visibilida­d y son expuestas en su sentido de eficacia. Que de estos sismos ha surgido una nueva actitud de entendimie­nto y de correspons­abilidad, así como de confianza en nosotros mismos y respecto al futuro. Lo que no queda claro es la permanenci­a o el sentido de la evolución de tal sentimient­o colectivo. De persistir lo que estamos identifica­ndo, es seguro que obligará a autoridade­s y partidos a un cambio en la manera de actuar ante el nuevo ánimo social.

Nada, sin embargo, está garantizad­o, pero por fortuna hay una historia de antecedent­es, de preocupaci­ones, de anhelos colectivos y de esfuerzos previos para hacerlos realidad que segurament­e habrán de definir el sentido y la profundida­d del cambio.

La actitud antisistem­a que existe en esta zona podría tener matices importante­s o bien acentuarse

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JORGE GONZÁLEZ Remoción de escombros en el Multifamil­iar Tlalpan.
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