Partidos en cuestión
Se anticipa la necesidad de cambiar las reglas y una fundamental será la de obligar a estas asociaciones a la democracia en todas sus decisiones; no se puede exigir hacia afuera lo que niegan en casa a los suyos
En los tiempos que corren, pareciera que la inercia del poder es lo único que mantiene unidos a los partidos políticos. Lo deseable y lógico es que el eslabón más fuerte de esas instituciones sean el proyecto común y reglas internas que aseguren a sus miembros inclusión en candidaturas y representación regional o social en los órganos de dirección. No es así como ocurre y la democracia se ha vuelto una especie de producto tóxico para los partidos, los históricos y los nuevos, que por igual le han dado vuelta y han desestimado el enorme valor de la democracia interna como factor para presentarse como opciones válidas ante la sociedad.
En la cimiente de nuestro régimen político, los partidos fueron conceptualizados como escuela de democracia y vida cívica; que los partidos se nieguen a ello significa que la política en su conjunto se enfila hacia su debilitamiento y se envilece. Partidos enfermos de autoritarismo y manejados cupularmente abren la puerta a muchos de los defectos y debilidades de la vida pública causantes de buena parte del malestar social contra la política y los políticos en general. No uno, todos los partidos se han negado de manera sistemática a la democracia. La reforma de 2007 fue un severo retroceso, en el sentido de que el tema de democracia de los partidos dejó de ser un asunto de interés público para remitirlo a las decisiones exclusivas de los partidos y de sus dirigencias. Un error monumental. La democracia no debe ser opción, sino obligación.
Los partidos —todos— han perdido estima social y prestigio político. Las candidaturas independientes han sido una forma de sanción ciudadana, un castigo que no resuelve de fondo el problema. No hay democracia representativa posible sin los partidos. El tema a futuro es acomodar diferentes formas de participación y representación política al margen del sistema de partidos, un desafío monumental y que quizá signifique un nuevo paradigma para la democracia representativa. Independientemente de ello, los partidos en México no pueden mantenerse como hasta ahora, divorciados de los principios de la modernidad democrática.
El PAN pierde mucho por la decisión de Margarita Zavala de abandonar sus fi las para buscar la candidatura independiente a la Presidencia. También para Margarita es un desafío significativo emprender ese camino inédito. Una decisión audaz que revela el hartazgo por la cerrazón de la dirigencia de su partido. El PAN ha cambiado, fue una organización con inclusión, equilibrios y un poder del dirigente acotado por los órganos de representación. Ahora es partido de un solo hombre; le da eficacia y fuerza en condiciones de contienda, pero es una pérdida en el sentido de inclusión y de construcción de un proyecto común, característica de todo partido.
López Obrador ha tenido la habilidad de presentarse como una opción diferente a lo existente. Fue un paso importante dar lugar a Morena como una organización consecuente a su propósito de cambiar a México desde la Presidencia del país. En su caso, es explicable que sea un partido a su servicio y que allí nadie se atreva a cuestionar su campaña anticipada como candidato presidencial. Un partido nuevo con un dirigente con amplia base política como López Obrador recreó la expectativa de algo diferente. No ha sido el caso, y en poco tiempo se ha visto que comparte los problemas de todos los partidos: autoritarismo y opacidad en el financiamiento.
Por ejemplo, la decisión de definir candidatos a través del sistema de encuestas es un error, mucho mayor cuando se hace en la opacidad y la simulación. Opacidad porque el ejercicio demoscópico se hizo sin el consenso de los contendientes en las particularidades metodológicas del estudio; simulación, porque el resultado se dice que es para seleccionar a quien coordinará los trabajos del partido en la entidad, cuando todo mundo entiende que es para definir la candidatura. Se hace así para violar la ley amarrándole las manos a las autoridades electorales mediante una clásica “chicana” legal.
En el marco de los desastres naturales recientes, los partidos fueron sometidos a un severo cuestionamiento con motivo del financiamiento público; la presión social para remitir esos recursos a la reconstrucción fue una manera de hacer valer el desencanto con lo que existe. El problema no es lo que cuestan los partidos al erario, sino la distancia de éstos con la sociedad y su disfuncionalidad para dar representatividad al sistema político. En otras palabras, el problema del gasto público electoral es mucho menor respecto al hecho, ese sí grave, de que los partidos han dejado de cumplir con sus responsabilidades en el sistema democrático.
Las candidaturas independientes resuelven un tema constitucional para garantizar el derecho a ser votado y, eventualmente, como ha ocurrido en varios países, de manera excepcional pueden airear el sistema político para empoderar a políticos o ciudadanos al margen del sistema partidario. Margarita Zavala, en su decisión de abandonar al PAN, es un acontecimiento mayor que debe entenderse en todo lo que significa, especialmente para el sistema de partidos por la ausencia de democracia interna a manera de dar oportunidad a sus miembros cuando aspiran a un cargo de elección. De alguna forma es el caso de Ricardo Monreal, en el supuesto de que busque la candidatura negada por su propio partido.
La cuestión de fondo es que ha llegado el momento para que los partidos asuman responsabilidad y adviertan la magnitud del problema por servirse de la democracia y no servir a ésta. Las candidaturas independientes están en desventaja respecto a las de los partidos en términos de prerrogativas; pero también hay imprecisiones en la ley en materia de fiscalización para esta modalidad de campaña. La inequidad es un problema y no menos es la transparencia sobre origen y gasto de campañas. El tema es relevante porque ante la cerrazón de los partidos, serán muchos los candidatos que buscarán el cargo por la vía independiente.
Las elecciones presidenciales han dejado un saldo en lo general positivo de reformas, muchas de las cuales buscan corregir problemas del sistema electoral, aunque no todas ellas muy acertadas, como fue, en algunos capítulos, la de 2007. Desde ahora se anticipa la necesidad de cambiar las reglas, y una fundamental será la de obligar a los partidos a la democracia en todas sus decisiones. No se puede exigir hacia afuera lo que niegan en casa a los suyos; porque la democracia es solo una, y los demócratas lo son en todo lugar y en todo el tiempo.
La democracia es solo una y los demócratas lo son en todo lugar y tiempo