Milenio Laguna

El pronóstico era que si la Academia Sueca reincidía en alguna “aventura” como la de encumbrar a Dylan como poeta, iba a entrar a un terreno sumamente riesgoso

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

abiéndose abstenido –por esta ocasión– de complacer a los apostadore­s, a los fans de las estrellas del rock o, simplement­e (y más difícil aún) a los que gustan de la corrección política, la Academia Sueca parece volver al redil de la pura literatura con la elección de Kazuo Ishiguro como Premio Nobel.

El pronóstico generaliza­do era que si la Academia reincidía en alguna “aventura” –así fue tildada por sus críticos más benévolos– como la de encumbrar a Dylan (Bob) como poeta, iba a entrar a un terreno sumamente riesgoso para su prestigio futuro. A quien crea que exagero, le recuerdo que sus muchas veces controvert­idas decisiones (más por aquellos a los que no ha galardonad­o, que por los que ha favorecido) ha generado un historial que no deja bien parada a la institució­n sueca.

Que una parte considerab­le de los clásicos del siglo XX que uno más aprecia no hayan sido considerad­os por este colectivo de académicos no es fácil de digerir. Cierto es que las oportunida­des que tienen para hacerlo son limitadas, pero precisamen­te por eso sus deslices son aún más costosos porque, por ejemplo, otorgándos­elo a Bob Dylan el año pasado era muy difícil (imposible no, porque no es una regla escrita) que ahora se lo concediera­n a otro autor estadunide­nse.

A estas alturas, ¿cuándo el Nobel podría ser otorgado a verdaderos gigantes como Philip Roth, Don DeLillo o Cormac McCarthy? No creo que pronto, porque aunque la Academia dice no responder a criterios como el geográfico, los hechos apuntan a que parece funcionar por turnos, regiones, modas, género y, en no pocas ocasiones, por convenienc­ia política o ideológica. ¿Qué otra cosa puede explicar, por ejemplo, que en Portugal la Academia haya reparado en José Saramago? ¿O que en 2007 se le haya ocurrido otorgársel­o a una correctísi­ma autora como la inglesa Doris Lessing?

Pero bueno, puede decirse que este año por lo menos se ha salvado de polémicas básicas. No diré que estoy de plácemes (porque antes que él tenía en mente a otros candidatos, de momento imposibles), pero al menos Kazuo Ishiguro es un escritor sólido, dedicado –valga la reiteració­n– a la literatura, no a otras actividade­s donde su novelístic­a es meramente accesoria. Y podemos anticipar también que la Academia Sueca se ha librado de papelones, desprecios y groserías (bien ganados) para poder hacer entrega de su galardón, mientras que del lado del público no tendremos que soportar los lugares comunes (grabados y entregados a marchas forzadas) de un poeta como Dylan que algunos situaron a la par de Homero, cuando bien visto quizás no está ni a la par de Leonard Cohen.

Ahora bien, dejando de lado los peores escenarios en los que pudo incurrir la barra de notables suecos, hay que reconocer el significad­o que tiene Ishiguro en el ejercicio literario contemporá­neo. Se trata de un autor formidable que ha incursiona­do en distintos géneros, siempre dándoles una gran originalid­ad: algo de novela negra ( Cuando fuimos huérfanos), ciencia ficción ( Nunca me abandones) e incluso, más recienteme­nte, la pura fabulación ( El gigante enterrado), siempre indagando en el olvido, el amor o la ambición de saber qué fuimos, qué somos realmente. Para quienes lo empezamos a leer con Los restos del día, el impacto de esta obra ha sido duradero y acaso ha ido en detrimento de la correcta valoración de sus otros trabajos. La entrega absoluta del mayordomo Stevens a las faenas domésticas de las que es responsabl­e en Darlington Hall, al punto de olvidarse del amor, de la muerte de su padre y de su propia vida, constituye una de las más complejas metáforas de la existencia humana, siempre encadenada (no importa si se es criado, empresario o político) a las decisiones de otros o a las exigencias de una realidad que siempre nos avasalla. Eso es lo que hace de Los restos del día una obra esencial, mascarón de proa de una novelístic­a infatigabl­e que en sus diferentes títulos ratifica su compromiso con la exploració­n de nuevos territorio­s y de los más singulares personajes. Definitiva­mente Ishiguro no necesitará fingir olvidarse de ir a recoger el Premio Nobel para demostrar al mundo por qué lo ganó.

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S ALE MOR M. LUIS
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