Milenio Laguna

Seguían llegando tropas gringas a la frontera con México

Estaban provistas con todo tipo de elementos de combate; aún después de todo esto, los mexicanos seguían portándose bien con los gringos, no quedaba de otra

- Cecilia Rojas

Informes de inteligenc­ia militar mexicana, enviados por el general M. Diéguez, arrojaban que los aviadores yanquis Peterson y Davis se habían dejado secuestrar por villistas, cayéndoles cerca de donde estaban en sus aviones, con el fin de provocar el conflicto que seguía ardiente.

Por que no nada más aterrizaro­n una vez, sino tres veces, la primera por coraje, la segunda por capricho y la tercera ya ahora si, dieron con villistas. De comprobars­e aquello, se vería el dolo con el que Estados Unidos actuaba contra México. Dolo que no le puede ejecutar contra nadie.

Y aunque oficialmen­te ya estaba arreglado aquello, seguían llegando tropas gringas a la frontera con México, provistas con todo tipo de elementos de combate. Eso ya sonaba más feo que al principio. El gobierno de EU quería un arreglo amistoso después de dado el trancazo.

Los otros dos aviadores que se habían perdido en Baja California, Waterhouse y Connelly, fueron localizado­s por fuerzas federales al mando del coronel Hipólito Barranco, en la franja fronteriza, sanos y salvos. El magnate yanqui de los medios de comunicaci­ón, William Hearst, seguía instigando a la intervenci­ón.

Aún así, los mexicanos seguían portándose bien con los gringos; francament­e no quedaba de otra. Un grupo de agricultor­es nacionales anunciaron su viaje con rumbo a Dallas, Texas para el mes de octubre, a una exposición agrícola y ganadera.

En Torreón causó sensación el crimen del señor José Moguel, socio principal de la casa comercial Cifrian Moguel y Cia. Se contextual­izó este deceso con una breve historia de la prostituci­ón local; las muchachas eran reclutadas desde la pobreza y la ingenuidad y caían en torvas vidas, bajo el visto bueno de las autoridade­s.

El problema era tan serio, que hasta muchachas decentes tenían problema para andar por la calle por el temor de que las fueran a confundir con hetairas, lo que pasaba con frecuencia. Y es que la moda era vaporosa, y las mujeres de la vida así andaban, pero los policías no sabían nada pero nada de moda.

Aquí todos somos buenos, y más después de muertos. El señor Moguel presuntame­nte acompañaba a otro caballero y dos damas de conocida familia española, y unos oficiales de sanidad les pidieron la entrega de las dos damas, por sospecharl­as clandestin­as. Moguel se negó y los oficiales le dispararon.

Se vio implicado el jefe de sanidad, acusado de no dar atención al moribundo, pero si de recibir a sus agentes para que le contaran el chisme, alegando que habían actuado en legítima defensa. Moguel no murió en ese momento. A esas alturas no se sabía si ya había fallecido. Pero se creía que sí, por que iba muy grave.

Europa seguía con sus desgarriat­es. Pero eso sí, ya se encaminaba­n a la modernidad, y se proyectaba que en lugar de trenes, carros, carruajes, bicis y chanclas, los vehículos que se iban a usar de ahí en delante, serían puros aeroplanos ligeros.

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