Escándalos vs. Ideas
Seguramente no somos pocos quienes estamos desconcertados por el rumbo tomado por la plaza pública contemporánea. Lejos han quedado los siglos donde ideas sometidas a la criba del rigor intelectual se planteaban en el ágora, las tribunas y los libros a fin de concitar entusiasmos a favor de mejores formas de ser humano en sociedad.
El escándalo, el morbo (ya lo he escrito aquí: el ruido) ha tomado el rol otrora indiscutido para lo mejor de las ideas. La plaza pública contemporánea tiene a sus mejores tribunos en expertos de la intriga tejida con el cuidado necesario para, en el momento adecuado, convertirla en escándalo.
Se trata de conceder a la estupidez el papel atribuido a la razón tiempo ha.
El binomio escándalo- estupidez encuentra en la liquidez de las tecnologías de la difusión contemporánea a su vehículo adecuado. Y es un sistema funcional de atroz efectividad.
La incapacidad de conducción de una nación o la confesa embestida contra los pilares de la libertad humana y sus instituciones para el desarrollo y la convivencia pacífica se oculta a los ojos de la mayoría a través de alimentar estos con un escándalo, cuya respuesta por el agraviado es la propagación de un escándalo mayor.
La consecuencia final no es solo la proliferación del escándalo sino la normalización del mismo y, por tanto, la aceptación de las conductas. Se vuelve normal entonces la corrupción, el racismo, la impunidad, las guerras.
La llamada edad media no ha tenido buena prensa; ha sido asociada al oscurantismo, fanatismo y destrucción de las ideas. Hoy, tanta luminosidad artificial y demasiado jolgorio en las tecnologías de la difusión construyen una suerte de edad media tecnologizada, donde tanto ruido termina por acallar el debate y tanto escándalo acaba por sofocar ideas.
Los nuevos monjes, ocultos tras hábitos vulgares, manipulan el curso binario de la difusión. Los artífices visibles, en tanto, se ejercitan en el juego público del morbo esperado en el circo en que han convertido al ágora.