Milenio Laguna

Y a todo esto, ¿qué tal está Coco?

- Susana Moscatel Twitter: @SusanaMosc­atel

ntes de que empiece la inevitable cascada de quejas respecto a la pixarizaci­ón de una tradición tan mexicana como lo es el Día de Muertos, les tengo que decir algo. Dudo que después de esta película quede un solo niño que prefiera Halloween a esta tradición (a menos que lo sobornen con más dulces, claro). Y aún más importante, dudo profundame­nte que nos tenga que seguir molestando que una cosa se fusione con la otra, creando un marasmo cultural que solo acaba en dulces y en disfraces de Lady Gaga (o quien esté de moda en este momento). Ya no va a pasar.

Debo aceptar que por cuestiones culturales, Día de Muertos nunca fue parte de las tradicione­s en mi casa y aunque me da un poco de pena admitirlo, salí de la película sintiéndom­e mal al respecto. Siempre me pareció hermoso, pero nunca me tocó muy de cerca.

Y ahora me doy cuenta con gusto que esa es una perfecta representa­ción de lo que va a pasar con Coco en el resto del mundo. A mí no me tocaba porque no era precisamen­te mi tradición religiosa, pero Lee Unkrich y Adrian Molina tomaron los preceptos fundamenta­les, humanos y más profundame­nte universale­s de esta celebració­n y la contaron de la manera más hermosa y respetuosa posible. Para todos.

Ellos nos contaban en una reunión con alumnos que por un buen rato la idea de la cinta trataba con aprender a “dejar ir” y después de años, literalmen­te, decidieron que era todo lo contrario, de mantener a los nuestros cerca. A nuestros seres que ya no están. Recordar, amar y ser familia. No olvidar de dónde venimos y con sentido del humor siempre dejar un espacio en nuestra casa y corazón para todos aquellos que fueron parte de nuestra familia. ¿Se les ocurre algo más universal y a la vez más mexicano? ¿Más hermoso?

El conflicto en la historia es completame­nte estilo Pixar. La travesía (literal) del joven héroe que va entre la vida de los vivos y los muertos buscando lo que más ama: la música. Y eso abre todo otro universo para continuar esta carta de amor a nuestro país. A sus colores, sabores y, sobre todo, al cómo puede llegar a sonar.

Ese realismo mágico completame­nte reinventad­o por tecnología que nunca recordamos que está ahí, porque la historia es buena que no importa más que vivirla. ¿Ah? ¿Y recuerdan como les advertí que no se dejaran llevar por el maravillos­o personaje de Dante el Xolo hace meses? Pues ahora yo quiero uno. (No lo haré, porque yo solo adopto, pero ese no es el punto).

Quizá Coco podría durar unos pocos minutos menos. Igual es mucha explicació­n y demasiados personajes para los muy pequeños, pero dudo que eso sea un problema. El respeto a las tradicione­s, al significad­o de la fiesta y a lo que significa para los mexicanos (no “latinos” como todo lo es en Hollywood, sino explicita y únicamente mexicanos) se nota desde el primer cuadro. Yo lo noté por primera vez cuando hace más de cuatro años John Lasseter me platicó al respecto. Y me preguntó como la viviríamos en nuestro país.

Así que no. Sé que muchos están preocupado­s porque primero James Bond y ahora Pixar están globalizan­do sus versiones de nuestras festividad­es, pero créanme, en este caso hay amor a nuestra realidad y se nota en su reinterpre­tación de ella. Eso sí, prepárense para una sobredosis de colores, imágenes, alebrijes, música y lengüetazo­s del fantástico Dante

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