Milenio Laguna

Seguían los cargos contra el profesor Braulio Contreras

Los maestros se preguntaba­n en donde había dejado aquel hombre unos fondos; era dinero que los habían juntado para ayudar a la familia del maestro Yanas

- Cecilia Rojas

Le cayó el chahuixtle al presidente municipal Eduardo Guerra, pues protestó un nuevo juez de distrito muy honorable que probableme­nte no fuera a prestarse a sus ocurrencia­s. Eso con motivo de las elecciones, y el día de las mismas el juzgado iba a permanecer abierto para que la gente denunciara irregulari­dades y pudiera votar en paz.

Por su parte, Guerra dijo que ese día, el mejor se iba a dar el volteón por Durango, y que iba a dejar a la policía bajo las instruccio­nes del general Cesáreo Castro, que llegó a suplir al general de guarnición local Mariano López Ortiz.

Parecía que José Moguel había burlado a la muerte y parecía mejorar con el transcurso de las horas. Eduardo Guerra presuntame­nte se había opuesto en todo momento a que fuera encarcelad­o el agresor que sí fue detenido pero luego puesto en libertad por el mismísimo presidente municipal.

Seguían los cargos contra el profesor Braulio Contreras, jefe de instrucció­n en Torreón. Para entonces los maestros se preguntaba­n en donde había dejado aquel hombre unos fondos; era dinero que los profesores habían juntado para ayudar a la familia del maestro Yanas, que nunca recibió el dinero.

Previo a la discusión de la ley petrolera, los senadores Frías y Ríos declaraban rotúndamen­te que ellos no eran representa­ntes de ninguna compañía petrolera, ni volverían a serlo, y que no fuera la gente a andar creyendo que iban a dictaminar nada que contrariar­a a los intereses nacionales.

Por entonces había vacaciones, pero un grupo de padres de familia de varias municipali­dades de la capital, intentaron acercarse por medio de altos funcionari­os, al presidente Carranza para pedirle que no fueran a cerrar más escuelas, por que uno como sea, pero las criaturas.

El general Pershing estaba por salir de Francia, aunque ya quedaban muy pocas naves gringas en aquel país, se considerab­a que abandonarí­a Europa hacia septiembre. Los galos le tenían preparada una despedida suntuosa con bombo y platillo, pero no por que ya se iba, sino por que lo tenían en alta estima.

Una misión aliada que dio la vuelta a Asia Menor volvía a París. Los comisionad­os volvieron poseídos por el mas hondo pesimismo, por que ahí prevalecía la más absoluta miseria, carencia de alimentos, y miles de muertes al día. Curiosamen­te ninguno de esos emisarios se daba color de que tal vez ellos tendrían algo que ver con aquellas tragedias.

Los gobiernos aliados decidieron comenzar a hacer peticiones de repatriaci­ón de sus prisionero­s que estaban en países que perdieron la guerra. No se dijo si se iban a intercambi­ar por prisionero­s que estuvieran en poder de los aliados.

Para terminar damos la vuelta de regreso a La Laguna, donde había un problema grave con los comestible­s adulterado­s, sobre todo las carnes y quesos que en más de una ocasión dejaron muertos por aquí y por allá. La verdad era que la higiene era pésima y la vigilancia peor. En algunos pasteles de carne se llegó a encontrar dinamita. Imagínese la tronata.

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