Vida anímica
“Quería ver el mundo y acércame peligrosamente a ese punto del viaje a partir del cual ya no era posible regresar (...) en fin, quería ponerme en manos de ese caprichoso destino al que tanto temía. Y eso fue precisamente lo que sucedió: el destino caprichoso me tomó en sus garras, me lamió, me empujó al punto de no retorno y me zarandeó de tal manera que todavía no logro reponerme.” Ignacio Padilla
Son épocas difíciles tanto para los soñadores que ya no logran contentarse simplemente con cerrar los ojos e imaginar, como para quienes tienen un corazón altruista, pues viéndose reducidos a la desesperación del individualismo buscan dar las peores explicaciones de todo; pero también para aquellos de temperamento altivo, negados a aceptar eso que otros rechazan. Las pasiones: amor, odio, deseo, temor, siempre han formado parte de la vida anímica del hombre, engalanan la propia condición humana; nosotros no hacemos más que objetivarlas de modo que sean comunicables, así establecemos un vínculo real con el mundo.
Quizás sea buen momento de repasar nuevas lecciones porque al contrario de lo que escribe Aldo Pellegrini, yo pienso que hay una fuerza en el hombre proveniente del simple hecho de vivir que no tiene por qué condicionar su destino de manera fatal. Considerado así, prescindir de optimismo equivaldría a dejar de visitar lugares comunes donde habitan lo que algunos llamamos milagros y otros golpes de suerte. Lo auténtico del ser jovial no reside únicamente en la palabra, es una actitud de estar en el mundo y convivir con los demás y las cosas.
Existen asuntos que pensamos poco y hechos que no consideramos lo suficiente, esas variaciones constantes que elevamos a arquetipos resultan propias de la sensibilidad, un tanto conflictiva y desequilibrada (en el mejor de los casos constituye la base del genio) que aunada a una opinión pública actúa dócilmente en defensa de intereses que propician la sumisión. Estamos tan acostumbrados a negar lo evidente que ya nada nos molesta: el no poder vivir libres de esquemas sociales, de dogmas, de rigideces morales. En efecto: “Aquel que sucumbe a la tormenta de los aplausos debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados entendidos, no se equivocan nunca: aclaman lo inofensivo”. Ni Rimbaud actualmente osaría renunciar a la poesía como antaño, llevando al extremo la actitud subversiva del poeta.