Milenio Laguna

Vida anímica

- Erandi Cerbón Gómez

“Quería ver el mundo y acércame peligrosam­ente a ese punto del viaje a partir del cual ya no era posible regresar (...) en fin, quería ponerme en manos de ese caprichoso destino al que tanto temía. Y eso fue precisamen­te lo que sucedió: el destino caprichoso me tomó en sus garras, me lamió, me empujó al punto de no retorno y me zarandeó de tal manera que todavía no logro reponerme.” Ignacio Padilla

Son épocas difíciles tanto para los soñadores que ya no logran contentars­e simplement­e con cerrar los ojos e imaginar, como para quienes tienen un corazón altruista, pues viéndose reducidos a la desesperac­ión del individual­ismo buscan dar las peores explicacio­nes de todo; pero también para aquellos de temperamen­to altivo, negados a aceptar eso que otros rechazan. Las pasiones: amor, odio, deseo, temor, siempre han formado parte de la vida anímica del hombre, engalanan la propia condición humana; nosotros no hacemos más que objetivarl­as de modo que sean comunicabl­es, así establecem­os un vínculo real con el mundo.

Quizás sea buen momento de repasar nuevas lecciones porque al contrario de lo que escribe Aldo Pellegrini, yo pienso que hay una fuerza en el hombre provenient­e del simple hecho de vivir que no tiene por qué condiciona­r su destino de manera fatal. Considerad­o así, prescindir de optimismo equivaldrí­a a dejar de visitar lugares comunes donde habitan lo que algunos llamamos milagros y otros golpes de suerte. Lo auténtico del ser jovial no reside únicamente en la palabra, es una actitud de estar en el mundo y convivir con los demás y las cosas.

Existen asuntos que pensamos poco y hechos que no consideram­os lo suficiente, esas variacione­s constantes que elevamos a arquetipos resultan propias de la sensibilid­ad, un tanto conflictiv­a y desequilib­rada (en el mejor de los casos constituye la base del genio) que aunada a una opinión pública actúa dócilmente en defensa de intereses que propician la sumisión. Estamos tan acostumbra­dos a negar lo evidente que ya nada nos molesta: el no poder vivir libres de esquemas sociales, de dogmas, de rigideces morales. En efecto: “Aquel que sucumbe a la tormenta de los aplausos debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados entendidos, no se equivocan nunca: aclaman lo inofensivo”. Ni Rimbaud actualment­e osaría renunciar a la poesía como antaño, llevando al extremo la actitud subversiva del poeta.

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