El México de Coco
Pocas películas han despertado la unánime recomendación generada por Coco. Pocas películas de un estudio con tal capacidad de distribución habían hecho de la cultura mexicana el motivo de una de sus mejores producciones.
Desde múltiples ángulos se puede encomiar esta realización. Si bien el tema que motiva la argumentación es la festividad de Día de Muertos, es evidente la centralidad que adquieren las relaciones familiares comunes en nuestro país.
Amén de la centralidad de la figura materna en el orden familiar, los valores de los lazos establecidos no sólo imprimen carácter al tipo familiar común en la vida actual de nuestra nación sino además dan sentido en buena medida a las creencias festejadas el dos de noviembre.
No solo es Día de muertos sino un día especial para las familias en toda su elástica realidad: presentes y ausentes.
Coco es un recordatorio desde allende nuestras fronteras del profundo sentido del Día de muertos: es celebración y recuerdo; es tradición y cultura; es identidad y sabiduría; es familia.
Resulta interesante cómo en un contexto donde las prácticas del “Halloween” adquieren popularidad y, sobre todo, comercio, sea una empresa en la capital del cine mundial la que vuelva sobre el sentido y expresión del Día de muertos al estilo del México rural.
Uno de los elementos mejor retratados es la simplicidad y pobreza del cementerio rural. A diferencia de las campañas publicitarias con fotos excelsas que ocultan el motivo de tal propaganda, en esta película el cementerio es como son la mayoría de los de su tipo en las comunidades rurales.
Incluso el más famoso de todos, el de Janitzio, si algo transmite más allá de su Día de gala es pobreza y contornos propios de quien para adornar las tumbas de los suyos no tiene más que flores, unas veladoras y algo de comida, pero siempre presente lo más valioso e importante: el recuerdo familiar.