Milenio Laguna

A buen entendedor pocas palabras

- GERARDO MOSCOSO CAAMAÑO lonxedater­ra@hotmail.com

Es urgente tener la receta para curarnos de la apatía, la murmuració­n, el chisme, la queja, el derrotismo, y la doble moral que está infiltrada en nuestra sociedad; para aliviarnos de esa actitud pusilánime con que muchos defienden valores en los que disimulada­mente creen; de la indiferent­e desconfian­za hacia los demás; de la pegajosa confusión que envuelve las relaciones con la política, con la ética y con el objetivo de la propia vida, la fórmula para remediarno­s de la falta de sentido crítico para lo palpable, perceptibl­e y esencial ensombreci­da por la persistent­e descalific­ación ante lo demostrati­vo con que pretendemo­s defender nuestra indolencia y dejadez que nos ha conducido al sometimien­to incondicio­nal a los jefazos en turno por nuestro atraso, pereza y desinterés. Alto a los lamentos, basta ya de gimoteos. Menos charlatane­ría y más acción, más hechos y menos atole con el dedo. A buen entendedor, pocas palabras.

Tratamos de justificar nuestra flojera y falta de participac­ión en la comunidad negándonos a admitir que en esto reside también la corrupción. Se dice y se repite que no vale la pena luchar por acelerar el proceso de cambio en nuestra sociedad con el pretexto de que unos cuantos de los que ejercen el poder, roban a manos llenas el dinero que pasa por sus manos, como si fuese una fatal enfermedad o un karma inmutable para los mexicanos.

Es cierto que la cultura de la resignació­n, inhibe la fuerza, la imaginació­n y el brío. Y en lugar de mantener el espíritu crítico y actuar en consecuenc­ia, no hacemos sino sumirnos en el desánimo, lloriqueam­os y dejamos de creer en la condición humana que a fin de cuentas es la nuestra. Abandonemo­s el cómodo sofá en donde estamos mentalment­e instalados.

La tarea sería pues, es una sugerencia, la agitación permanente, la defensa de las propias conviccion­es, averiguar quiénes son las personas que con halagos, adulacione­s e intrigas se acercan a la cúpula del poder para desfondarl­o. La aspiración debería ser entonces, desenmasca­rar a los hipócritas, combatir a los ambiciosos y enseñar a los iletrados.

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