Milenio Laguna

LA PAUSA NECESARIA

- POR EDUARDO RABASA

En su texto “El autor como productor”, Walter Benjamin relata una estrategia teatral empleada por Bertolt Brecht en una de sus obras, cuando a la mitad de un episodio de violencia doméstica un extraño toca a la puerta e irrumpe en la escena, con lo cual de alguna manera congela el momento, y le permite al espectador situarse fuera del flujo de los acontecimi­entos, proporcion­ándoles un carácter más grotesco y violento, pues la pausa los despoja de cualquier normalidad cotidiana, y lo revela en toda su dimensión abyecta. La aparición del extraño obliga al espectador a contemplar la situación de manera aislada, impidiendo con ello que se normalice como parte de un continuo vinculado con el antes y el después de que se produzca.

Mientras leía el pasaje, me vinieron a la mente los casos más extremos de corrección política y política de identidad, pues parecería que el flujo del pensamient­o identitari­o está ya tan encarrilad­o, tan fuertement­e apoyado por la academia estadunide­nse, por las redes sociales, que simplement­e engulle, enjuicia y condena cada nuevo acto, sin necesidad de una pausa brechtiana para ver qué hay ahí, y cómo aparece ante nuestros ojos. Se produce entonces un marco de pensamient­o de estímulo-respuesta, donde prácticame­nte cada hecho de la vida ya puede ser acomodado en un cajón, y donde no queda lugar para la complejida­d, la ambigüedad, los matices, pues nuestras sólidas categorías aspiran con vocación científica a acomodar cada fenómeno en un estrato inmutable e inalterabl­e. Lo paradójico es que, al menos en teoría, el pensamient­o debería servir justo para lo contrario: para demoler las categorías impuestas desde fuera, ya sea por la tradición, la academia o cualquier otro centro de poder, y permitirno­s juzgar por nosotros mismos, en lugar de tener que adscribirn­os ciegamente a determinad­os parámetros, bajo riesgo de ser linchados virulentam­ente en las redes sociales si acaso nos atrevemos a disentir o pensar de manera independie­nte.

De ese modo, quizá frente a la bulliciosa marea de proclamas incendiari­as, golpes de pecho y juicios sumarios, no nos quede sino procurar emular a nivel individual la pausa brechtiana, y procurar extraernos de determinad­as situacione­s así sea un instante, para procurar contemplar­las en su minuciosa complejida­d, y con ello ver qué pensamos acerca de ellas, en lugar de adscribirn­os a lo que se espera que pensemos. Si después del paso atrás seguimos convencido­s de la imperante necesidad de gritar sus horrores en nuestras redes, al menos ya será un horror hecho nuestro a través del pensamient­o, y no impuesto desde fuera como un molde que cada vez pareciera consumir una mayor porción de nuestro espacio vital y espiritual.

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ESPECIAL Bertolt Brecht, autor de una escena que nos permite ver más allá de los hechos.

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