LA PAUSA NECESARIA
En su texto “El autor como productor”, Walter Benjamin relata una estrategia teatral empleada por Bertolt Brecht en una de sus obras, cuando a la mitad de un episodio de violencia doméstica un extraño toca a la puerta e irrumpe en la escena, con lo cual de alguna manera congela el momento, y le permite al espectador situarse fuera del flujo de los acontecimientos, proporcionándoles un carácter más grotesco y violento, pues la pausa los despoja de cualquier normalidad cotidiana, y lo revela en toda su dimensión abyecta. La aparición del extraño obliga al espectador a contemplar la situación de manera aislada, impidiendo con ello que se normalice como parte de un continuo vinculado con el antes y el después de que se produzca.
Mientras leía el pasaje, me vinieron a la mente los casos más extremos de corrección política y política de identidad, pues parecería que el flujo del pensamiento identitario está ya tan encarrilado, tan fuertemente apoyado por la academia estadunidense, por las redes sociales, que simplemente engulle, enjuicia y condena cada nuevo acto, sin necesidad de una pausa brechtiana para ver qué hay ahí, y cómo aparece ante nuestros ojos. Se produce entonces un marco de pensamiento de estímulo-respuesta, donde prácticamente cada hecho de la vida ya puede ser acomodado en un cajón, y donde no queda lugar para la complejidad, la ambigüedad, los matices, pues nuestras sólidas categorías aspiran con vocación científica a acomodar cada fenómeno en un estrato inmutable e inalterable. Lo paradójico es que, al menos en teoría, el pensamiento debería servir justo para lo contrario: para demoler las categorías impuestas desde fuera, ya sea por la tradición, la academia o cualquier otro centro de poder, y permitirnos juzgar por nosotros mismos, en lugar de tener que adscribirnos ciegamente a determinados parámetros, bajo riesgo de ser linchados virulentamente en las redes sociales si acaso nos atrevemos a disentir o pensar de manera independiente.
De ese modo, quizá frente a la bulliciosa marea de proclamas incendiarias, golpes de pecho y juicios sumarios, no nos quede sino procurar emular a nivel individual la pausa brechtiana, y procurar extraernos de determinadas situaciones así sea un instante, para procurar contemplarlas en su minuciosa complejidad, y con ello ver qué pensamos acerca de ellas, en lugar de adscribirnos a lo que se espera que pensemos. Si después del paso atrás seguimos convencidos de la imperante necesidad de gritar sus horrores en nuestras redes, al menos ya será un horror hecho nuestro a través del pensamiento, y no impuesto desde fuera como un molde que cada vez pareciera consumir una mayor porción de nuestro espacio vital y espiritual.