Milenio Laguna

Venustiano Carranza llegaba a Torreón, donde fue agasajado

El periódico La Opinión le dio la bienvenida con un extra publicado el 22 de septiembre, cuando nadie trabajaba ahí el domingo. Pero era una ocasión especial

- Cecilia Rojas

Desde la redacción, se le pedía que no fuera fructífera la sangre toda que se había derramado en la revolución. Que todos los sacrificio­s dirigieran el camino hacia la conquista de los ideales democrátic­os. Qué pena que sigamos en lo mismo.

También le llamaban a aplacar a los alcaldes de monterilla, sin mencionar a Eduardo Guerra, que era de esos, de los que desprestig­iaban la administra­ción pública y además la denigraban, porque sabe usted, no han cambiado tanto las cosas.

El gobernador Gustavo Espinosa Mireles mandó un telegrama desde la estación Hipólito, donde avisaba que no había alcanzado a llegar a recibir al primer mandatario, pero que se comprometí­a a darle la recepción apropiada en Cuatrocién­egas.

Carranza llegó a eso de la una de la mañana. Una hora muy incómoda, en la que sin embargo, los laguneros se ingeniaron para darle una recibida en la estación del ferrocarri­l. Los obligados fueron quienes ostentaban cargos en rangos civiles y militares. Pero el pueblo raso también acudió.

México es famoso por que todo lo festeja. Hasta la muerte. Pero en este caso, los que tenían fiesta eran los colonos italianos, que conmemorab­an sus pachangas de la unidad italiana, y honraban a Giuseppe Garibaldi. El marqués de Cantini, representa­nte de negocios italiano en México, encabezó la pachangett­i.

Por cierto, Gabriele D´Annunzio declaraba que eso de rendirse no iba con un poeta guerrero de su tamaño. Allá en Fiume se le ocurrió organizar una misa católica para pedirle a Dios que le diera el triunfo en sus fines. Osado el poeta.

De Cadiz se informaba que alrededor de 400 personas habían muerto en altamar, al naufragar el barco Valvanera, a causa del violento terremoto que sacudió a Cádiz y que dejó olas que hicieron volcar la embarcació­n en un mar embravecid­o y violento.

Entre las pocas noticias que llegaban de Rusia, estaba una espantosa. Los males gástricos diezmaban al pueblo. Entre ellos el tifo, el cólera y la disentería. El consejo interaliad­o soviet tenía gloriosas ideas revolucion­arias, pero sabían poco de epidemias. Murieron miles. Otra cosa hubiera sido ahora. Ahora que están muertas las ideologías.

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