Clichés, memes y pereza
L os clichés son al siglo veinte lo que los memes al veintiuno. Una frase corta, una sentencia en apariencia incontrovertible y con un asomo de verosimilitud suficiente para asumirla como verdadera en toda su formulación.
Clichés y memes están allí para zanjar cuestiones que bien podrían llamar a la reflexión o al debate argumentado, pero que funcionan mejor que ambos porque su ventaja es precisamente que evita la reflexión y ulteriores debates.
En ese sentido, son una expresión compartida de pereza intelectual. Y con esto último no quiero decir de incapacidad para suscitar el ejercicio cerebral y la razón, sino simplemente optar por pasar de largo ante esa posibilidad y quedarse, entonces, con el cliché si es en frase externada verbalmente y con el meme si ha de compartirse a través de una red social.
Los atajos suelen funcionar no porque tengan la cualidad de hacer que las cosas se desarrollen conforme a sus posibilidades válidas sino porque de manera rápida y menos difícil permiten alcanzar el resultado final “haiga sido como haiga sido”.
Al final, el meme y el cliché son una suerte de atajo cerebral para no transitar el penoso recorrido neuronal en aras de una conclusión. Esta actitud es pariente cercana de la inercia y enemiga acérrima de la creatividad, la innovación y el cambio.
Seguramente parecerá un exceso, pero no sería extraño corroborar que en el campo político el meme y el cliché sean socios del conservadurismo y el autoritarismo propio de quien clausura para sí la apertura a lo diferente. Si se revisan los discursos políticos que históricamente han emitido ideologías opresivas y autoritarias, encontraremos que se hilvanan a base de clichés.
Todo cambio implica ponerse de pie y andar. Aventurarse a imaginar lo distinto y en ocasiones a inventarlo. Suena atractiva y seductora la idea del cambio. Pero, paradójicamente, suele ganar más adhesión el cliché, el meme y, en definitiva, la inercia de que “más vale malo conocido que bueno por conocer”.