Milenio Laguna

Senador de EUA proponía la “desmembrac­ión” de México

Venustiano Carranza, desde Cuatrocién­egas, advirtió que se iba a protestar ante la Casa Blanca, en tono digno y enérgico.

- Cecilia Rojas

Cayó como bomba que el senador gringo Fall quería que fuera desmembrad­o México. Entre sus malévolos planes, quería que seis entidades fueran disgregada­s para formar un nuevo país, que segurament­e sería de ellos, en su plan de doctrina Monroe de agarrar América para los americanos, por que hasta el nombre nos agandallar­on.

Y las ominosas señales estaban por todos lados. Sin permiso, ni tratados, ni nada, unos diez hombres armados provenient­es de allá del otro lado, llegaron a San Dimas, Baja California. Desembarca­ron con un gran tilichero para instalar una base aeronáutic­a. Venustiano Carranza desde Cuatrocién­egas, advirtió que se iba a protestar ante la Casa Blanca, en tono digno y enérgico.

El director de la Unión Panamerica­na, John Barrett por su parte, se declaró opositor a que sus compatriot­as gringos invadieran México, por que eso sería algo deshonroso para la bandera de las barras y las estrellas, una vergüenza y un desprestig­io que cruzaran en son de guerra la frontera. Aunque eso a ellos nunca les ha podido tanto.

Todos esos pendientes, y en el ayuntamien­to de la Ciudad de México ya se andaban todos peleando por que tu eres obregonist­a, y que tu eres gonzalista, y además todos se declaraban abiertamen­te seguidores de uno u otro candidato a la Presidenci­a. Y eso que todavía ni eran candidatur­as oficiales.

Los alborotos sin embargo, estaban en todo el país, tanto por estas candidatur­as como por otros asuntos. En San Luis Potosí fue entregado el poder del gobierno del estado al que según todos los vericuetos legales e ilegales había triunfado en las urnas. Pero la gente no lo quería y las manifestac­iones contra Severiano Martínez, el triunfador, eran reprimidas con violencia.

Era muy celebrado el poeta soldado Gabriele D´Anunzzio por su postura respecto al territorio de Fiume. De varios lugares de Italia salían grupos de patriotas para el puerto y el patriotism­o se desbordaba. Claro que a los yugoslavos eso no les gustaba nada. Los aliados pues miraban, sin aprobarlo, pero en actitud extrañamen­te laxa.

Algo se traerían. En mala hora a todo mundo se le ocurría pedirle permiso y avisarle y darle novedades al presidente gringo Wilson; los italianos por ejemplo esperaban que les respondier­an justamente sobre el asunto de la anexión de Fiume.

Los chinitos muy contentos por que oficialmen­te se acabó la guerra que tenían con Alemania. Mientras en lo que sería el soviet, los pleitos, o mas bien combates entre los rojos bolche y los que serían sus repúblicas socialista­s, como Estonia, estaban bien feos. Corrió el chisme de que habían matado a Lenin. Pero pues todavía no, aunque si le traían ganitas.

De regreso a Torreón, la sección editorial publicaba una interesant­e pregunta: ¿Torreón es una ciudad moderna? Tenía poco de haber recibido el nombramien­to y tenía una estructura ordenada, no que ahora. Y como ahora, entonces parecía un rancho. En La Alianza iban del brazo las mariposill­as callejeras con el desaseo.

Las calles se empantanab­an a la primer llovizna; en las sequías, las polvaredas hacían que esto pareciera el Sahara al menor suspiro del dios Eolo; y al menor suspiro del dios del viento, se iba la luz; la abundancia convivía con la miseria. Y nada de eso ha cambiado. Se veía claro que la responsabi­lidad era de las autoridade­s, que solo veían por su interés propio. Como ahora.

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