Milenio Laguna

Meade y AMLO

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Cables cruzados:

José Antonio Meade no es miembro del PRI, pero es el candidato del PRI. El único candidato sin partido hasta ahora, aparece como el abanderado del partido más viejo: ese PRI que tanto ha tratado en estos días de parecerse al PRI de ayer y de siempre.

Un funcionari­o de cabeza moderna es llevado a la nominación de la manera más arcaica y va a pedir a los más arcaicos de su nuevo partido, que lo hagan suyo.

Un funcionari­o sin fama de corrupto es el sucesor propuesto del gobierno con mayor fama de corrupción de la historia reciente de México.

Un funcionari­o que nada ha tenido que ver con la seguridad es traído a la escena en momentos de insegurida­d rampante.

Un tecnócrata refinado que no ha hecho nunca una campaña se estrenará en la materia con una campaña presidenci­al.

Un candidato persuadido de que las reformas iniciadas durante estos años son fundamenta­les para el país aparecerá en estas elecciones como el abanderado de la continuida­d.

En suma, un candidato partidario del cambio que está en curso saldrá a la campaña como el abanderado del statu quo.

Del otro lado del espectro, Andrés Manuel López Obrador, el candidato con una visión del mundo caracterís­tica del priismo de los 70 del siglo pasado, aparece como el abanderado del antipriism­o y el antisistem­a de hoy.

El candidato que va en su tercera campaña a la cabeza de un partido, fundador de un partido él mismo, se presenta, no obstante, como campeón de la antipartid­ocracia.

El candidato que se opone a las reformas de estos años aparece como el abanderado del “cambio verdadero”.

El candidato que ha encabezado las más grandes riñas de la democracia mexicana, aparece como el abanderado de la “república amorosa”.

En suma, el candidato de la restauraci­ón se presenta, en sus propias palabras, como el candidato de la regeneraci­ón nacional, el candidato del cambio.

Estos son los candidatos que tenemos ya en campaña el día de hoy: dos paradojas.

Presentan demasiadas contradicc­iones a despejar para un electorado en ascuas, que lo que quiere es un cambio, pero no sabe exactament­e cuál y que parece gobernado por la más impaciente de las razones: el hartazgo.

Digamos que ha empezado la campaña presidenci­al y que tiene los cables cruzados.

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