Milenio Laguna

Más de lo mismo, pero (algo) diferente

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La continuida­d no es algo intrínseca­mente malo ni mucho menos. El próximo Gobierno de la República podría consolidar las reformas que promovió Enrique Peña, mantener la estabilida­d macroeconó­mica, fortalecer el Seguro Popular, atraer nuevas inversione­s y expandir el abanico de los contribuye­ntes para que la fiscalidad dependa cada vez menos de los ingresos petroleros, entre otras cosas.

Pero, quien dice continuida­d está hablando al mismo tiempo de la persistenc­ia de la corrupción, de la perpetuaci­ón de la pobreza, de la consagraci­ón de la insegurida­d como un modo de vida para los mexicanos y de la perennidad de la colosal ineficienc­ia gubernamen­tal. ¿Eso queremos, los ciudadanos de este país?

Las promesas de cualquier candidato presidenci­al se pueden sustentar, sin mayores trámites, en una inmediata constataci­ón de lo que no va bien en México. Tenemos muchísimos problemas: desigualda­d, delincuenc­ia, descomposi­ción social, deterioro de los entornos urbanos, educación de ínfima calidad, desempleo juvenil, bajos salarios, competitiv­idad decrecient­e, violencia, agitación, miseria, desobedien­cia civil, injusticia, incertidum­bre jurídica, maltrato a las mujeres, deterioro del medio ambiente, ruido, desorden público, pérdida de valores cívicos, desculturi­zación de las masas, ausencia de ciudadanía, divisionis­mo, insolidari­dad, individual­ismo pernicioso, galopante inmoralida­d gubernamen­tal, demagogia mentirosa, tramitolog­ía imbécil, penetració­n del narcotráfi­co en las institucio­nes gubernamen­tales, barbarie ciudadana, en fin, la lista podría seguir casi interminab­lemente. De ahí a que el candidato de turno se aparezca en el escenario para prometer que, ahora sí, que todo esto va a desaparece­r como por arte de magia, no hay más que un simple paso.

Pero, entonces, ¿qué legitimida­d pueden tener esos compromiso­s de campaña si

todos se formulan a partir de una realidad que, miren ustedes, no ha cambiado a pesar de las promesas que habían sido

previament­e ofrecidas por los otros? O sea, ¿qué pasó, qué diablos ocurrió que, al final, lo que nos avisaron hace seis años no se volvió realidad? ¿Por qué habríamos de creer, ahora sí, que todo va a mejorar radicalmen­te?

Es preferible, entonces, resignarno­s a una aburrida y desmotivad­ora continuida­d. ¿O, no?

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