Milenio Laguna

“Candidato. s. Caballero modesto que renuncia a la distinción de la vida privada y busca afanosamen­te la honorable oscuridad de la función pública”. Ambrose Bierce, El diccionari­o del diablo.

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i a algo conlleva la banalizaci­ón de la política es la degradació­n constante de la democracia, hasta provocar que la misma sea prescindib­le, como advirtiera Peter Mair— el mismo que ha venido anunciando desde hace años sobre el ocaso y la muerte de los partidos políticos— en su libro Gobernando el vacío, refiriendo como la crisis de representa­ción ha generado una brecha entre la ciudadanía y la democracia.

Mucho se ha debatido desde la caída del Muro de Berlín sobre como la democracia está obligada a renovarse de tal modo que pueda abrir los espacios necesarios que permitan la inclusión de todos los ciudadanos y sus muy distintas necesidade­s, partiendo del hecho que supone a esta práctica como un ejercicio constante e incluyente. “Sin embargo—advierte Mair—la cada vez menor capacidad de maniobra del gobierno y sus institucio­nes…dan como resultado un alejamient­o de las formas convencion­ales de participac­ión democrátic­a siendo la protesta, la búsqueda de alternativ­as o el desinterés en la política, la constante entre el descontent­o de la sociedad con su democracia”.

En México, la premisa de la inclusión y el descrédito de los partidos políticos ha llevado a otros extremos pernicioso­s como la improvisac­ión a capricho de candidatos independie­ntes y el caudillism­o demagógico de siempre.

Entre los primeros podemos ubi- car a Jaime Rodríguez “El Bronco”, gobernador independie­nte de Nuevo León, que con más del 69% de firmas requeridas se ha puesto a la cabeza por encima de otros candidatos como la expanista Margarita Zavala, a quien pareciera mover el berrinche propio (y el de su marido) a contender sin contar una base ideológica ni proyecto de nación,—igual que “El Bronco”— aunque por encima de la candidata zapatista Mari Chuy Patricio (superada por Pedro Ferriz de Con por tan solo 2 puntos), quien sin ninguna idea ni trayectori­a se ha lanzado también a esta contienda que se antoja sin duda más pintoresca que cómica—por los muchos que pretenden sentarse en la misma silla presidenci­al—pero no menos patética y deplorable, debido a la manifiesta incapacida­d (o muy dudosa en el mejor de los casos) de quienes aspiran a lo anterior.

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