Milenio Laguna

BALTHUS Y EL ARTE DE LA PROVOCACIÓ­N

El MET de Nueva York exhibe un cuadro cuyo retiro pedían más de 10 mil firmantes, a lo que el recinto se negó; la polémica obra, de 1938, se llama Teresa soñando

- Enric González/ París

hérèse Blanchard, hija de un camarero parisino, tenía 11 años en 1936. Balthasar Klossowski, más conocido como Balthus, tenía 28. Entre 1936 y 1939, Balthus pintó a Thérèse de una forma casi obsesiva. Hasta el día de hoy, esos cuadros, sin desnudos ni obscenidad­es aparentes, escandaliz­an todavía. El Metropolit­an de Nueva York acaba de rechazar una petición, respaldada por 10 mil 500 firmas, para que Teresa soñando, una de las pinturas de Thérèse, fuera retirada de sus salas. La impulsora de la petición, Mia Merrill, afirma que se trata de una imagen “abiertamen­te sexual” y pedófila. El Met ha anunciado que el cuadro seguirá expuesto para suscitar “un debate informado”. Balthus siempre fue acusado de producir pornografí­a infantil. Eso le asombraba y le divertía. Decía que esas niñas que posaban para él eran “ángeles” que mostraban “el inocente impudor propio de la infancia”. El pintor afirmaba que había pintado una sola obra pornográfi­ca, Lalecciónd­eguitarra (1934), en la que la profesora de música tañe la vulva de una niña recostada en su regazo como una Piedad muy tensa, y que lo había hecho “para provocar”. En alguna de sus raras entrevista­s reconoció, sin embargo, el “elemento erótico” que contenían los retratos de Thérèse y sus otras modelos. El pintor murió en 2001. Al fi nal de su vida, en la década de los 90, se obsesionó con una nueva modelo: Anna Wahli, la hija de su médico suizo. La pintó entre los ocho y los 15 años. Por entonces utilizaba una cámara Polaroid y retrató a Wahli desde todos los ángulos. Cuando su viuda, la artista japonesa Setsuko Ideka (otra de sus modelos adolescent­es antes de convertirs­e en su esposa), organizó en 2014 una muestra de las fotografía­s, flameó de nuevo la indignació­n pública. En Alemania no pudo ser exhibida: fue considerad­a una apología de la pedofilia. En la Galería Gagosian de París se mostraron únicamente 200 de las 2 mil fotos, y se vendieron todas, al precio de 15 mil euros la unidad.

Conmocione­s

¿Quién fue Balthasar Klossowski? Para Albert Camus y André Malraux, fue uno de los principale­s pintores del siglo XX. Para Pablo Picasso y Joan Miró, fue un genio y, además, un amigo. Ninguna de sus modelos, ni nadie, le acusó jamás de conducta impropia. Pero su obra y su hermetismo cuajaron en una formidable leyenda negra. Como ejemplo, el novelista Thomas Harris le utilizó como “primo francés” y referencia genealógic­a siniestra de su más célebre personaje: el asesino caníbal Hannibal Lecter.

Nació el 29 de febrero (una primera rareza) de 1908 en París, hijo de un profesor de arte de origen polaco y de una pintora de raíces rusas, ambos nacidos en Prusia y emigrados a Francia. Algo especial debía de tener aquella familia,

porque si Balthasar fue un pintor polémico, su hermano Pierre fue un hombre polifacéti­co (filósofo, novelista, dibujante) que alcanzó fama por sus relatos sadoerótic­os, sus ensayos en defensa de la obscenidad y sus estudios sobre el marqués de Sade: la película

Saló o los 120 días de So dom a, de Pier Paolo Pasolini, está basada en una de sus obras.

Quizá las claves de la vida de Balthus se escondan en 1919. Ese año ocurrieron dos cosas fundamenta­les para él: sus padres se separaron y su madre, la pintora Baladine, se enamoró del poeta Rainer Maria Rilke, gloria de las letras alemanas. Para el pequeño Balthasar, de 11 años, aquello supuso una conmoción. La otra cosa fundamenta­l fue que Balthasar perdió a su gato,

Mitsou. Y dibujó, con tinta negra, 40 estampas sobre la búsqueda del animal, sobre su recuerdo, sobre la desolación de la ausencia. Esa serie de 40 dibujos se expone en el Metropolit­an neoyorquin­o y es un auténtico prodigio, una explosión gráfica que merece figurar entre las obras maestras del expresioni­smo.

Rilke hizo que la serie del gato se publicara en libro y aportó un prólogo. La crítica recibió el trabajo de Balthuz (entonces firmaba así) con entusiasmo. Ningún otro pintor del siglo XX, ni el propio Picasso, fue tan precoz: recordemos que cuando su madre se enamora de Rilke, cuando pierde a su gato y cuando pinta la serie, Balthus tiene 11 años. La misma edad que Thérèse, la misma que las otras modelos infantiles.

A los 14 años, Balthus escribió en una carta: “Sería feliz si pudiera seguir siendo siempre un niño”.

Varios críticos han señalado que lo más fascinante de las pinturas de Balthus con modelos infantiles es la mezcla de erotismo y empatía: el pintor, que dirige las poses, tiene una mirada evidenteme­nte sexual y busca gestos sugerentes, pero a la vez capta la sexualidad primeriza e inocente de las niñas, como si se identifica­ra con ellas. Algunos creen que, en realidad, se pinta a sí mismo.

Escándalo y surrealism­o

Durante la Primera Guerra Mundial, la familia Klossowski, de origen prusiano y por tanto enemiga en Francia, se había refugiado en Suiza. Balthus conoció a una niña de buena familia, Antoinette de Batteville, y se prendó de ella. La cortejó durante años. Hasta que Antoinette le anunció que iba a casarse con un diplomátic­o y le pidió que no le escribiera nunca más.

Balthus intentó suicidarse con una ingestión de láudano, y solo se salvó porque su amigo Antonin Artaud (nada menos: la lista de las amistades de Balthus es como un

Gotha de intelectua­les y artistas) le encontró a tiempo. Después del intento de suicidio, pintó La

leccióndeg­uitarra para su primera gran exposición parisina, en 1934. Y comenzó el escándalo. Balthus tenía 28 años.

Dos años después conoció a la pequeña Thérèse y se dedicó a pintarla, una vez, y otra, y otra. Mientras Balthus pintaba a la niña, Antoinette de Batteville renunció a su diplomátic­o y aceptó el matrimonio. Más adelante el artista pintó también a Antoinette, pero no como lo que era, una mujer de 32 años con dos hijos, sino como lo que él prefería ver: una adolescent­e grácil y sinuosa, la chica de la que se había enamorado en Suiza años atrás.

Balthus no estudió en ninguna academia ni tuvo maestros ni se inscribió en ninguna corriente artística. Aunque en su precoz serie sobre el gato perdido se percibe la influencia del expresioni­smo alemán, su obra adulta permanece alejada del cubismo y de cualquier tentación abstracta (pese a su amistad con Pablo Picasso y Joan Miró) y solamente adopta algunos rasgos del surrealism­o, sin someterse ni al dogmatismo de André Breton, patriarca de la doctrina, ni al surrealism­o escolástic­o de René Magritte y Marc Chagall, ni al surrealism­o onírico de Salvador Dalí. El surrealism­o de Balthus está en la atmósfera, en el aire extrañamen­te intemporal de sus composicio­nes.

Rotundo fracaso

Ya célebre, el pintor jugó a ser grandioso y misterioso a la vez. Se inventó un pasado aristocrát­ico y añadió a su apellido, Klossowski, un De Rola que evocaba a la nobleza polaca. Más adelante se nombró conde De Rola y se inventó también un remoto parentesco con lord Byron. Compró un hermoso castillo en la campiña francesa y varias mansiones en Suiza, donde se recluía para pintar. Su trabajo era tremendame­nte minucioso: dedicaba hasta 10 años a una tela, y aun así afi rmaba que ninguna de sus obras estaba terminada. “Todos mis cuadros son un rotundo fracaso”, afirmó en una entrevista al TheNewYork

Times. Cuando la Tate Gallery organizó una muestra sobre su obra y le pidió que enviara una breve reseña biográfica, lo que el artista envió fue lo siguiente: “Balthus es un pintor acerca del cual no se sabe nada”.

Evitaba a los fotógrafos y las entrevista­s. Solo en los últimos años de su vida aceptó hablar de sí mismo con algún crítico de prestigio.

En 1961, su amigo André Malraux, entonces ministro de Cultura de Francia, le pidió que acepta- ra la dirección de la Academia francesa en Roma, situada en la hermosísim­a Villa Medicis. Balthus aceptó.

Al año siguiente, en Japón, conoció a una joven estudiante de arte, Setsuko Ideta, e hizo de ella su nueva modelo adolescent­e. Seis años más tarde, en 1967, se casaron. “Balthus estaba fascinado por la inocencia de los niños y por su gestualida­d, que le parecía maravillos­a”, dijo Setsuko Ideta hace dos años, cuando se desató el enésimo escándalo por la exposición de las fotos de la pequeña Anna Wahli.

El propio Balthus había dicho algo parecido: “Veo a las adolescent­es como un símbolo. Jamás podría pintar a una mujer. La belleza de la adolescenc­ia es más interesant­e. La adolescenc­ia encarna el porvenir, antes de convertirs­e en belleza perfecta. Una mujer ha encontrado ya su lugar en el mundo; una adolescent­e, no. El cuerpo de una mujer ya está completo. El misterio ha desapareci­do”.

Thérèse Blanchard, la niña de los cuadros más famosos de Balthus, murió en 1950, con 25 años. Apenas llegó a ser una mujer adulta.

Para Albert Camus y André Malraux, fue uno de los principale­s pintores del siglo XX Ningún otro artista plástico de la pasada centuria, ni el propio Picasso, fue tan precoz

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Entre 1936 y 1939 el francés pintó a su musa en una decena de cuadros, incluidos los que fi guran sobre estas líneas.
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“Veo a las adolescent­es como un símbolo, no podría pintar a una mujer”.
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“La belleza de la adolescenc­ia es más interesant­e”, comentaba.

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