l Año Nuevoy las próximas elecciones presidenciales, deberíanmotivarnos a reflexionar sobre los efectos lacerantes de la desigualdad extrema y la amenaza que representa.Con esa intención, citaré de manera libre y brevísima la introducción de Thomas Pinketty a su libro: El Capital en el Siglo XXI.
Dice que la distribución de la riqueza es una de las cuestiones más controversiales. Se pregunta, si la acumulación del capital concentra inevitablemente la riqueza y el poder en pocas manos; o si acaso la competencia y el progreso técnico conducen espontáneamente a la estabilización armoniosa de la sociedad.
Al respecto, expone las teorías apocalípticas que sostienen que la concentración del capital y la desigualdad no se corrigen de manera natural y espontánea; y las optimistas que aseguran la capacidad auto regulatoria de la economía neoliberal.
Entre los primeros, David Ricardo y Karl Marx dijeron que a pesar del desarrollo industrial y tecnológico la situación de las masas seguía igual de miserable; que la acumulación de capital era imparable por medios naturales y provocaría la rebelión de los trabajadores.
De los optimistas destacan Simon Kuznets y Robert Solow quienes pasaron a los cuentos de hadas exponiendo que la desigualdad disminuye con el desarrollo capitalista, sin importar las políticas seguidas, y tiende a estabilizarse aceptablemente,
Pinketty concluye con la siguiente recomendación, válida y urgente para nosotros: Es tiempo de reubicar el tema de la desigualdad en el centro de los análisis de las ciencias sociales.
La solución para la justa distribución de los bienes está en la difusión de los conocimientos y las habilidades; en la determinación de la organización política que instaure una sociedad justa en el marco deunEstado de Derecho, cuyas reglas se apliquen a todos y se debatan democráticamente.