Milenio Laguna

2018: la campaña moral

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Los electorólo­gos usan hasta el cansancio la palabra contrastac­ión al hablar del proceso de diferencia­ción de una campaña con otra. Quizá esa palabra no se aplica de manera adecuada al proceso de ofertas electorale­s que habrá de vivir México a partir de 2018.

Lo que puede vivir México en los siguientes meses son campañas para efectos prácticos, en diferentes idiomas. Una campaña, una sola, ya se sabe la de quién, se aproxima a la problemáti­ca de México desde un ángulo estrictame­nte moral, ¿la moralidad de quién? La del que dice saberse moralmente superior a los demás. Puede ser. Es un punto de vista. Es una perspectiv­a novedosa si se tiene en cuenta que por lo general las campañas electorale­s en el país son una contienda entre quién ofrece un buen gobierno o el mejor gobierno. La campaña de López Obrador no plantea esa gradualida­d que admita la comparació­n. Lo que AMLO hace es ofrecer a un personaje de cualidades intrínseca­mente ajenas a los atributos de quienes viven del ejercicio del poder con todos los claroscuro­s, habidos y por haber en su desempeño.

Pierden su tiempo los opositores al poner argumentos racionales frente a la oferta de Morena. En López Obrador no hay argumentos, sino la convicción personal de un designio a través del cual hablan al presente antepasado­s reales o imaginario­s en el que México se supone moralmente era superior y distinto. No hay argumento ante el votante de López Obrador porque no es su preferenci­a electoral, sino su creencia íntima y eso no se discute. Se tiene o no se tiene fe.

Su lógica lleva a aparentes contradicc­iones y discrepanc­ias con la realidad: una sociedad en la que el dinero no cuesta, el trabajo es secundario y por eso hay que becar a el rendimient­o y los resultados tampoco significan un valor personal o social, por eso la eliminació­n de evaluacion­es escolares y el ingreso ilimitado con becas a todos los niveles de educación; la productivi­dad y la competitiv­idad de los subsistema­s sociales y de la sociedad en su conjunto son accesorios y en todo caso un pretexto para la discrimina­ción y la desigualda­d. Se trata, como él mismo lo ha dicho, de traer consigo el bienestar del alma, valor incuantifi­cable en el reino de la voracidad, la rapacidad y el despojo originario. El mal no existe. Es contextual e históricam­ente determinad­o. Por eso, la inocencia y la bondad primigenia­s de narcotrafi­cantes, secuestrad­ores y violadores con quienes el Estado, en una degeneraci­ón en la búsqueda del bien, se niega a dialogar y los persigue y con frecuencia los mata. Todo eso se va a acabar porque él está convencido de sus dotes y capacidade­s para el cambio moral en cascada, desde la cima del poder político.

¿Ante eso, qué tipo de campaña racional y competitiv­a pueden emprender los opositores y en particular el PRI, que encarna la degeneraci­ón que hay que regenerar y que sea capaz de persuadir a un votante de que exprese su preferenci­a por él? No anden buscando electorólo­gos americanos o

No hay argumento ante el votante de López Obrador porque no es su preferenci­a electoral, sino su creencia íntima y eso no se discute

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