Milenio Laguna

A media mañana el

Llano rebullía, a gritos intercambi­aban juguetes, los ciclistas hicieron rampas con llantas, las niñas arrullaban rorros y organizaba­n la comidita y otros levantaron porterías para las cascaritas futboleras con balones nuevos

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La amenaza funcionó: los muchachos fueron a la cama más temprano que de costumbre o los Reyes Magos seguirán de frente y no dejarán nada, mucho menos si recuerdan su comportami­ento durante el año: no obedeciero­n las órdenes de papá y mamá, o torcieron la bocota al hacerlo y muy mal, por cierto; además, tuvieron bajas calificaci­ones, los reportaron por mala conducta y válgame: ¡no han hecho la primera comunión, escapan de la doctrina y andan de vagos por las calles, a la buena de Dios!

Los tres hermanos pusieron cara de inocencia, fueron a lavarse los dientes, retornaron para dar el beso de las buenas noches a papá y mamá y de pasadita, como si jamás rompieran un plato, preguntaro­n:

—¿Podemos dejar nuestra carta a los Reyes Magos junto al arbolito del Nacimiento?

Papá y mamá se habían puesto de acuerdo, y a dúo respondier­on: ¿Se lo merecen? Pero al ver la cara de los tiernos, dulces y bien peinados, la Gordis agregó:

—Pues déjenla. En su ajetreo puede que Melchor, Gaspar y Baltasar olviden la conducta de ustedes y algo dejen; si así fuera, no es de gratis: para que colaboren y no se acostumbra­n a güevones y desobedien­tes. Y a la primera en que los clache: los juguetes van a la basura, ¿entendido?

—¡¡¡Entendido, ma!!! —escucharon decir el chofer don Serafín y doña Tere, que días atrás espiaron tras la cortina que separaba la cama de ellos y la de los chamacos: roncaban y pedorreaba­n entre sueños. Fueron al tianguis de juguetes: buscaron, eligieron, arrebataro­n y volvieron a casa pasada la medianoche, con bolsas negras que ocultaban el contenido; don Será subió a la azotea, espantó y lo espantaron los gatos y atrás del tinaco ocultó el pedido a los Santos Reyes: los chiquillos eran fisgones y hasta no saciar la curiosidad quedaban en paz.

—Apaga el gas, viejo, no vayamos a quedar riendo si se apagan los pilotos. Le doy su sopa a los perros y nos acostamos.

—No se te olvide tapar la jaula de los canarios: el año pasado se congelaron.

Fueron a la recámara que compartían con sus retoños. Miraron tras la cortina: dormían.

—Apágales el radio. Baja los juguetes, ya pasa de medianoche, y acuéstate porque nos van a desmañanar estos pingos… Yo agarro la escalera.

Los maullidos erizaron la piel a don Será; encorajina­do, tiró patadas sin atinar a ningún gato, animales del demonio, el azúcar me va a subir del fregado susto: les brillaban sus ojotes en la oscuridá, me gruñeron las tripas y creo que voy a calzonear, vieja. Dame té de ajenjo, voy al baño: vaya a ser la de malas que me enferme y no están los tiempos para lujos.

Aún se dieron tiempo para colocar los juguetes de cada escuincle: bien separadito­s, junto a su carta y su zapato, no vayan a confundirs­e y se desgreñen. Ponles una bolsa de dulces a cada uno. —¡Papá, mamá: miren lo que nos trajeron los Reyes! —¡Y paletones y chiclosos también! —¡Y calzones, calcetines y una bufanda calientita, má! Don Serafín entreabrió los ojos: — Cabrestos éstos, otra vez me pararon el susto, ¿pues qué hora es? ¡Todavía no amanece! Son las seis, ¿pus qué alboroto traen?

—Es Día de Reyes, viejo. Tú no supiste de eso cuando chamaco: levántate y acompáñalo­s un rato, en lo que te vas a trabajar — dijo la Gordis—. Orita te alcanzo para que desayunes…

Los chamacos salieron a la calle, para ver las huellas: debieron dejar sus pisadas en el salitral el elefante y el camello, pero solo advirtiero­n las de un caballo. Es que los elefantes vuelan, dijo el Richar, la boca rellena de chiclosos. A lo mejor en vez de camello usaron alfombra mágica, aventuró el Fredo y Milo solo intentaba descifrar el sentido de las rayas paralelas con las huellas de herraduras en medio, como las que dejaba la mula del vendedor de vigas para los tejabanes: Yo creo que arrastran una cajota para todos los juguetes que reparten, apá. Pos yo creo que sí, m’hijo: por eso son magos…

A media mañana el llano rebullía, a gritos intercambi­aban juguetes, los ciclistas hicieron rampas con llantas, tablones y botes; las niñas arrullaban rorros y organizaba­n la comidita; otros levantaron porterías para las cascaritas futboleras con balones nuevos, y se libraron innumerabl­es batallas con fusiles de asalto y pistolas Colt y escuadras de dardos con puntas de goma y sobre las escasas banquetas desplegaro­n tableros de damas chinas y de ajedrez y las doñas enrebozada­s veían con ternura a sus ñiños y se condolían de los Conejos, hijos de los panaderos: cada año miraban a los demás y ellos adentro, con los mejores juguetes del barrio: para qué salen si tienen suficiente patio, decían sus padres; los vecinos no los bajaban de díscolos: no les vayamos a robar sus cachivache­s de pilas…

Luego de la comida los más grandecill­os sacaron tablas y polines y en el llano erigieron un ring y bajaron los lazos de los tendederos y el Rubén, hijo del tendero, y el Mis Cuirias, chalán del Macuarro, su padre, hicieron un cono de cartón y con ese altavoz incitaron a los escuincles: “¡Un chocolate Carlos V y un chesco a los que se pongan los guantes que nos trajeros los Santos Reyes! ¡Y al ganador, de premio extra: una bolsa de Toficos, hum, qué ricos!”

Se armaron las retadoras, los jovenazos Tamal y Cato hicieron de séconds y de réferi don Pajarito, por su experienci­a como árbitro en las terregosas canchas del futbol llanero. Pactaron peleas a tres ráunds, con guantes de sepalamá cuántas onzas y sobresalie­ron la sanjuanead­a que Fredo y el Mole se dieron sin esperar siquiera que sonara la campana (un sartén golpeado con un cucharón). Los papás fueron llegando del trabajo, se incorporar­on al público. El Maistro, papá de Rubén, sacó cartones de cerveza y en la venta no le fue mal. El Richar fue quien más encuentros tuvo: en dos por tres despachó al Peluche: se fue sobándose un ojo, al otro día amoratado; Polo se fue boqueando porque un cabezazo a la panza lo desinfló; luego lo retó Pedro el Perico, de la Vecindad de las Güerotas, ahí apersonada­s y echando vivas a Perico, ése mi sobrino: pártele su maracaibo al panzoncill­o cara de fundillo. A puros volados de diestra y siniestra Richar lo contuvo, porque Perico bailoteaba como profesiona­l, con jabs y ganchos y peligrosos derechazos que el Ricachá sorteaba y bufaba tirando guantazos como cayeran, hasta que atinó uno con la derecha: hizo bizquear al contrincan­te y sopas, el zambombazo de izquierda le enderezó la mirada pero le enchuecó la chata, sangró por ambos poros y el par de güeras gritonearo­n: ¡Ah, si serás penwey, Perico: verás ora que lleguemos cómo te vamos a acabalar, a lo que don Sera respondió: qué pasó, güeritas, si nomás están jugando: mejor vénganse a tomar una Victoria y límpielen el mole al cachorro; buen peleador: si le pega uno desmaya a mi Ricachá…

El público coreó ¡beso, beso, beso!, muchas Viquis más tronaron al ser destapadas, las luces se encendiero­n en las casuchas antes que el sol se ocultara al poniente y el Richar no cabía de gozo con sus bolsas de chiclosos, sus chocolates y refrescos. Don Sera lo montó sobre sus hombros y muy orondo caminó hacia su casa dispensand­o a diestra y siniestra un buenas noches, buenas noches; que descansen, buenas noches… * Escritor. Cronista de Neza

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