Milenio Laguna

Patán de pocas pulgas

Puede uno imaginar a los apparatchi­ks del presidente Trump poniendo al tanto a cada visitante sobre cuán especial es su patrón y las inconvenie­ncias de interrumpi­rlo

- XAVIER VELASCO

Hay palabras que no se dejan traducir, y sin embargo son indispensa­bles. La voz inglesa bigot, por ejemplo, es comúnmente empleada para referirse a, dice el diccionari­o, personaste­rcas, intolerant­es y devotas de sus prejuicios, especialme­nte aquellas que tratan ose refieren con tirria o desprecio a colectivid­ades humanas específica­s. Una palabra fuerte, que usada a la ligera puede apuntar de vuelta hacia quien la profiere, y aun así parece que abundan los ejemplos.

En términos sociales, cabría el eufemismo de especial. Basta con que nos digan que cierto licenciado es “muy especial” para darnos la idea del barbaján cerrado y engreído cuya majadería displicent­e nos hará padecer lo indecible, si es que no conseguimo­s ajustarnos a sus expectativ­as quisquillo­sas. Nadie nos ha anunciado que el fulano en cuestión es engreído, palurdo, prejuicios­o, intolerant­e, segregador o todo al mismo tiempo, mas la sola reserva con que nos advirtiero­n basta para entender que el licenciado aquél tiene muy pocas pulgas y hay que andarse con tiento en su presencia.

El bigot, a todo esto, no se interesa en conocer el tacto. ¿Por qué iba a preocuparl­e lo que pueda pensarse de su vocinglerí­a, si en todo cuanto diga le sobrará razón? ¿Cómo, si no, estaría tan enojado? Uno de sus aspectos más, digamos, especiales, tiene que ver con la necesidad —orgánica, en su caso— de regañar al mundo a toda hora, si éste no le obedece a cada instante. Ahora bien, hay de bigots a bigots. Unos, la mayoría, son perdedores brutos y acomplejad­os en búsqueda perpetua de chivos expiatorio­s, otros son sus ejemplos a seguir. Patanes y paletos como ellos, pero igual lo bastante afortunado­s para abusar del prójimo sin límites ni costos, pues de cualquier manera nada les satisface que no sean sus propias monomanías.

Se comprende que el término bigot recobrara vigencia de un tiempo para acá, con uno de ellos en la Casa Blanca. Puede uno imaginar a los apparatchi­ks del presidente Trump poniendo al tanto a cada visitante sobre cuán especial es su patrón y las inconvenie­ncias de interrumpi­rlo. Han de escuchar, por tanto, retahílas de mentiras, banalidade­s, bajezas e idioteces sin atreverse a levantar una ceja, pues el señor carece de paciencia, se vende como genio y no está acostumbra­do a solapar más inconformi­dades que las propias. Nadie hay en el planeta más especial que él: es el campeón mundial de los patanes.

Incomoda y preocupa encontrar coincidenc­ias con un bigot. Quisiera uno probarse que es diferente en todo al sujeto insufrible, pero eso sería tanto como abrirle las puertas al contagio. Los grandes enemigos del fanático —criatura polar, naturalmen­te— no son por fuerza librepensa­dores, sino frecuentem­ente otros fanáticos de signo en apariencia diferente, igual de prejuicios­os e ignorantes y con la misma prisa por imponer su ley a cualquier precio. Tanto se odian que en el fondo se entienden, y eso nos deja fuera de su juego.

El bigot necesita de nuestra impacienci­a, por eso nos provoca de todas las maneras a su alcance. Para nada le sirve tu buen juicio, si él lo pierde a propósito cada cinco minutos. Como tantos acomplejad­os afines, necesita sentirse no sólo respetado, sino encima admirado y envidiado. No soporta la idea de que podamos ver a ese infeliz sin sombra que tanto teme ser. Tiene que cacarear a como dé lugar méritos y certezas, consejos y ocurrencia­s, logros y vaticinios, sospechas y condenas, sin el menor pudor porque no encuentra raro ni fuera de lugar ser él mismo quien juzgue y recompense su propio desempeño y jamás admitir una equivocaci­ón. Acostumbra­n los bigots dárselas de honrados y uno podría creerles si supieran decir “perdón, me equivoqué”.

Toda arrogancia esconde una carencia. El orgullo del bigot suele ser convenient­emente abstracto para dejar pasar toda clase de mitos, fantasías y calumnias al equipaje de sus certidumbr­es. Esas iniquidade­s que en el bando contrario le parecen sonorament­e inaceptabl­es, de su lado se cargan de razones y proliferan sin la menor vergüenza. Los bigots son los otros, ya se entiende, y en su contra se vale cualquier cosa, empezando por darse idénticas licencias.

Para hacerse creíble y eficaz, la altanería del perfecto ignorante necesita de un toque de cinismo, que con cierta frecuencia corre a cargo la vulgaridad adinerada. Un bigot con dinero puede pagarse el lujo del menospreci­o, toda vez que el desprecio es patrimonio de los resentidos. Nunca será lo mismo el desdén elegante del pudiente que el odio visceral del fracasado, pues el primero al menos exhibe su fortuna como supuesta prueba de su astucia y hasta hace bromas crueles al respecto. ¿Se espera acaso de él que sea piadoso? ¿Que se ponga una vez en el pellejo ajeno? No, señor, esperamos que el bigot se nos vaya a la mierda, con todo respeto. Dicho sea de paso, where he belongs. M

Esperamos que el bigot se nos vaya a la mierda, con todo respeto. Dicho sea de paso, where he belongs

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KEVIN LAMARQUE/REUTERS El mandatario de EU definió a El Salvador, Haití y África como “países de mierda”.
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