Milenio Laguna

¿De brujas a inquisidor­as?

Cuando hablemos de feministas entendamos que se trata de mujeres que trabajamos para exigir la igualdad de derechos

- ALEJANDRA LATAPÍ

C omparar la lucha feminista con el nazismo o con la inquisició­n — como lo hace Diego Fernández de Cevallos en el texto que le publica MILENIO—, denota ignorancia de la historia, desprecio al valor de las palabras, colusión con una realidad lacerante y/o un enorme terror a modificar el status de privilegio­s del que han gozado los varones a lo largo de los siglos.

No he encontrado en los libros de historia registro de actos de feministas, ni de grupos de mujeres rebeldes, dirigidos a exterminar raza alguna, a invadir países o a experiment­ar en cuerpos humanos vivos con tecnología y modificaci­ones genéticas, como hoy se sabe que hicieron los nazis, entre otros crímenes. Tampoco he encontrado evidencia alguna de convocator­ias de mujeres organizada­s con el único fin de enjuiciar, torturar y matar varones. No he visitado o sabido que existan museos que recojan sobrecoged­oras escenas del daño físico y moral que hayan infligido las mujeres-brujas que buscaron acceso al conocimien­to o las que defienden sus derechos. Siendo así, pido respeto a las víctimas de ambos genocidios y pido también respetar el valor de las palabras.

Si utilizamos las palabras para describir la realidad en lugar de moldearlas para satisfacer nuestro discurso, será más fácil irnos comunicand­o. Es decir, cuando hablemos de feministas entendamos que se trata de mujeres que trabajamos para exigir la igualdad de derechos. Cuando hablemos de violadores y asesinos, entenderem­os que se trata de criminales. Y así, será mucho más fácil no confundir el acoso y hostigamie­nto con un torpe galanteo. Será también más difícil hacernos creer que denunciar y exhibir al abusador proviene sólo de ímpetus vengativos y no de la oportunida­d que se presenta cuando se van rompiendo los candados que mantienen en secreto los abusos, cuando se comparten miedos y daños, cuando se recibe apoyo del entorno.

Querer minimizar el mérito de #MeToo al colgarle el adjetivo de “puritano” alerta sobre complicida­des con esa forma de vida donde gana quien abusa del poder. Que cada caso denunciado reciba la atención de la procuració­n y de la impartició­n de justicia, según sus propias particular­idades. Los llamados a evitar el juicio sumario podrían hasta parecer ingenuos si no escondiera­n una trampa. No son las redes sociales las que incitan al escarnio. Fuenteovej­una, Dreyfuss, están ahí desde antes. Es la misma plaza pública de siempre, aunque con más plataforma­s. En todo proceso de apertura, de “destape”, se exhiben miserias y grandezas, “pagan justos por pecadores” y hay “daños colaterale­s”. ¿No dicen así los poderosos líderes del mundo sobre sus batallas?

No sé cuántas mujeres usuarias del Metro en CdMx gozarían —como sugiere el manifiesto de 100 francesas— con un manoseo, ni cuántas jóvenes preferiría­n no atarse el suéter a la cintura para evitar que les griten o las acosen en las calles. Lo que es irrefutabl­e son las estadístic­as, que aseguran que la mayoría de las víctimas de acoso y violencia sexual son mujeres y niñas. No se niega la existencia de mujeres acosadoras, ni de varones y niños víctimas sexuales de otros varones.

Prudencia y paciencia es lo que nos ha sobrado a las mujeres. Lo dijo recienteme­nte Javier Cercas al sorprender­se con los movimiento­s feministas: “hasta las más radicales son moderadas”.

Nos ahorraría mucho en esto de irnos comunicand­o, reconocer y aceptar que detrás de cada abuso, de cada crimen, hay una búsqueda de poder. Que es mejor llamar a las cosas por su nombre y que habemos personas que preferimos que nos pregunten: que no encontramo­s ridícula la necesidad de explicitar el consentimi­ento para los encuentros sexuales.

Entendámos­lo de una vez: si sí es sí, ¡NO es NO!

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