LAS PALABRAS SE MUEVEN
José Emilio Pacheco pedía ser considerado como parte de esa escuela mexicana de traducción iniciada, decía, en los años 50 por Octavio Paz y Jaime García Terrés (gran parte de la cual está concentrada en la antología de traductores Elsurcoylabrasa, de Marco Antonio Montes de Oca), y sus credenciales o papeles de ingreso eran para él su tomo de Aproximaciones y la versión fi nal a los
Cuatrocuartetos (1943) de T.S. Eliot. Esa traducción se publicó originalmente en 1989 en el Fondo de Cultura Económica… pero Pacheco siguió trabajando en ella para dar con la forma correcta, en el español nuestro, en que la obra debía ser vertida. Además, sus notas dan cuenta del conocimiento que llegó a tener de la pieza y la reflexión que circundaba al elegir tal o cual palabra. Dos agregados a esta experiencia de inmersión son la cronología, que está prácticamente una biografía del poeta; y la bibliografía, que se presenta como mínima pero es muy detallada, y considera, por ejemplo, las traducciones completas anteriores de los Cuatrocuartetos, como la de Vicente Gaos de 1951 (en Madrid), la de Juan Rodolfo Wilcock de 1956 (en Buenos Aires) o la de José Luis Rivas en 1990 (en México), entre otras. Como sabrá el lector de los tres tomos del
Inventario (2017), Pacheco es previsible en un aspecto: aquello a lo que se enfocaba era estudiado hasta sus últimas consecuencias. Cuando expone algo es porque su entendimiento del asunto es casi completo. Acá se mueve entre dos aguas, el inglés y el español; y es fiel a los sentidos generados por el original, sí, pero también a lo que provoca su traslado a este otro territorio lingüístico.
Un ejemplo: donde Eliot habla de un tejo ( yewtree) que representa a la muerte, Pacheco lo cambia a ciprés, por ser el árbol funerario por excelencia en la cultura hispánica. Dice: “El tejo ( Taxus baccata) se vuelve impracticable en una versión española porque el término tiene una pluralidad de significados, entre otros, `trozo de teja o piedra, o disco de metal, empleado en diversos juegos’, el animal también llamado tejón y el ave a la que se designa como pinzón real”.
No está de más entretenerse, en otro apunte, que no es lo mismo “eterno” que “sempiterno”, palabra elegida, pues lo primero es lo que no tiene principio ni fi n y lo otro es aquello que tuvo principio pero no tendrá fi n.
Las notas a la aproximación se convierten así en un glosario enciclopédico, concentración de muchos saberes que nos sirven, al fin, para comprender unos versos con fama de oscuros pero que en el ejercicio de la traducción y la explicación, bajo la guía de Pacheco, adquieren una enorme claridad.