Escrutinio, debate y tolerancia
Los medios desempeñan una función insustituible en el análisis del poder a pesar de sus abusos, dificultades, imprecisiones o lo que sea, y todos los políticos, en todos lados, padecen la libertad de expresión y sus excesos
e alguna forma, quienes tenemos el privilegio de ser articulista, columnista o comentarista, en medios escritos o electrónicos, tenemos ventaja respecto a quienes son objeto de nuestras observaciones, particularmente las críticas. El derecho de réplica — que casi no se ejerce— no es eficaz para tal propósito. Sí lo es la apertura del medio para dar cabida a la aclaración, al rechazo y hasta el regaño. Lo cierto es que los medios desempeñan una función insustituible en el escrutinio del poder a pesar de sus abusos, dificultades, imprecisiones o lo que sea.
Todos los políticos, en todos lados, padecen la libertad de expresión y sus excesos. Así es, y así siempre ha sido. Hay la imagen de que la libertad más amplia y rigurosa en este género de periodismo político aconteció durante la llamada República restaurada, después de la derrota política y militar de los conservadores. Una vista de la manera como la prensa liberal trató a Juárez o a Lerdo de Tejada es didáctica de cómo el buen gobierno siempre se acompaña del escrutinio crítico de los medios. A Madero le correspondió padecer otro género de prensa, inspirada en la revancha y con un claro tufo golpista.
Son muchas décadas en México de prensa libre. El poder político ha aprendido de los errores, como fue el golpe a Excélsior. Las dificultades de la prensa ya no están en el ámbito nacional. Ocurre en algunos estados o regiones del país, en la autocensura por la intimidación de los capos a los medios. También están los asesinatos de muchos periodistas por la cobertura de los temas criminales.
Para muchos empoderados, los periodistas son una suerte de plaga, más cuando realizan una tarea crítica persistente o cuando extreman la verdad. Sucede a veces por política editorial del medio, otras por una actitud o inclinación ideológica o interesada del medio o del periodista. Es una convivencia difícil en medio de la intriga y la sospecha de que lo que se dice es por otro encubierto o que la información fue filtrada en el juego de poder, cargos a veces ciertos y otras resultado del imaginario o de la paranoia del político.
La mejor respuesta de la política hacia los medios y sus profesionales es la tolerancia. Se vale la réplica, incluso dar lugar al debate, pero lo que debe mediar es el respeto a la opinión del otro y no recurrir a la descalificación sobre la causa, origen o motivación del que critica. Lo acontecido en días pasados con López Obrador y su actitud hacia Enrique Krauze o Jesús Silva-Herzog son muestra de lo que no debe ser. Desde luego que Andrés Manuel tiene el derecho a cuestionar la validez o veracidad de los argumentos, pero no la integridad de quien le critica, lo que hace despertar el temor de que si así se es en el momento de contienda, cómo sería ya en el ejercicio de poder.
Si López Obrador se dice admirador de Juárez, no estaría nada mal, con tanto intelectual orgánico a su servicio, que le
Si AMLO se dice admirador de Juárez, no estaría nada mal, con tanto intelectual orgánico a su servicio, que le informaran cómo actuó el personaje frente a la prensa
informaran cómo fueron los tiempos de Juárez y cómo actuó frente a la prensa. Lo mismo puede hacer con todos los personajes que son su modelo. Cómo actuaban frente a la crítica buena, aviesa o malsana de su tiempo y circunstancia. El político tiene mucho que aprender de quienes se dice seguidor.
El debate del político con el periodista es poco común, pero es útil. El político en determinadas circunstancias tiene razones para argumentar y responder. No siempre es posible porque, a diferencia del periodista, con frecuencia su razón no es personal, sino de la institución o causa a la que sirve o representa. Además, la discreción y en ocasiones el secreto es parte del ejercicio de la política y no todo se puede decir, con frecuencia por buenas consideraciones.
Para la sociedad mexicana el debate es un tema pendiente de la cultura democrática. Los medios electrónicos, con singulares excepciones, no han dado espacio al desarrollo de esta forma de informar y hasta entretener. No es necesario que esté presente en elecciones, tampoco que se vuelva un toma y daca con el conductor, sino que resulte del encuentro frente al público de posturas de diferente índole. La deficiente cultura del debate hace que las razones sean desplazadas por las emociones y que la contrarréplica pase al terreno de lo personal, como ha ocurrido regularmente con la conducta de López Obrador con sus críticos.
Las elecciones obligan al debate, también al escrutinio de la sociedad. Una buena dosis de tolerancia mucho ayudaría. Una actitud que mucho habrá de valorarse de quienes aspiran a ganar el poder. M