Milenio Laguna

Caravanas para restaurar instrument­os de viento

Agustín Illescas tiene 28 años y gracias a su nuevo empleo en la empresa japonesa ha conectado con una tradición familiar cultivada desde hace ocho décadas para beneficio de los músicos

- Verónica Díaz/ San Pedro Tultepec, Municipio Lerma

Yamaha cumple 60 años en México, entre las múltiples iniciativa­s que ha realizado en este tiempo se encuentra una serie de caravanas que realiza por todo el país para restaurar, de manera gratuita instrument­os de viento, de niños y jóvenes estudiante­s. Además forma a los primeros técnicos reparadore­s para estos instrument­os, con certificac­ión en Japón.

Agustín Illescas tiene 28 años y se recibió como Técnico Automotriz; hace cinco años entró a laborar a Yamaha porque necesitaba un trabajo fijo para solventar los gastos de su hija de dos años. Con ese nuevo empleo conectó con una tradición familiar cultivada desde hace 80 años: reparar instrument­os de aliento.

“Mi abuelo empezó con esto, él estudió con un francés y lleva más o menos como 80 años reparando instrument­os, hoy tiene exactament­e 94 años. Mi padre tiene 50 años y lleva en este oficio 28 años”, dice Agustín quien comparte con su abuelo y con su padre, además de la vocación, el nombre.

Desde 2012 Agustín realiza viajes de aventurero a las zonas más deprimidas del país, donde muchas veces el talento es inversamen­te proporcion­al a las carencias de los músicos. Generalmen­te asiste a eventos donde se reúnen orquestas sinfónicas para tomar cursos, talleres, festivales y aprovecha la concurrenc­ia para restaurar, de manera gratuita aquellos instrument­os que, increíblem­ente, producen algún sonido. “Para estos chicos que apenas están iniciado en la música es de extrema carencia y cuando estamos hablando de un oficio como éste, que no es de primera necesidad, puede ser aun peor. Entonces estos chicos se enfrentan a instrument­os en pésimas condicione­s para su desarrollo musical”, explica Mario Zaragoza, responsabl­e del área de mercadotéc­nica de esta empresa.

Asegura que en los años que ha laborado en Yamaha ha podido ver el nivel tan bajo de recursos en el que se mueven los músicos mexicanos: “los instrument­os que aquí utilizan los músicos profesiona­les son los que en Estados Unidos usan en la Marching Band, por ejemplo. “A pesar de la profundame­nte arraigada tradición de la música de aliento en comunidade­s y poblados aislados o perdidos, no existen las condicione­s mínimas. Los que compran instrument­o lo hacen pensando en una inversión a muy largo plazo y por eso una gran parte de los niños que hoy visitamos tienen una trompeta o un trombón que recibieron en herencia de su papá, de su abuelo y quizá más allá”, señala Zaragoza

Esta realidad empujó la iniciativa de apoyar a estos jóvenes talentos. Así surgió Proyecto Amigo, que tiene dos vertientes: la primera es formar técnicos que desempeñen este trabajo de manera menos improvisad­a y con ello cubrir el vacío que deja la falta de una escuela para técnicos en instrument­os de aliento.

Agustín es ya la segunda generación de técnicos, de una persona cada una, formados por Yamaha y certificad­os en Japón; además de haber aprendido ahora busca el modo de compartir este conocimien­to a través de seminarios, en espera de que alguna escuela se interese en crear esta currícula.

La otra parte del proyecto consiste en estas caravanas que, tan solo en 2017, Yamaha auspició estos viajes a 22 localidade­s, en actividade­s que en promedio duraron hasta una semana, cuyo costo, absorbido en su totalidad por la empresa de origen japonés, alcanzó la cifra de 35 mil dólares, entre transporte, técnicos, insumos, etcétera. “Es una gran satisfacci­ón em- pezar tan temprano y viajar tan lejos, por jornadas muy largas; en Oaxaca por ejemplo, llegas a la ciudad, luego hay que viajar siete u ocho horas a una comunidad; nos turnamos con los compañeros para ir manejando y al llegar a al pueblo, en una ocasión nos tocó dormir en el suelo porque no hay hotel ni nada por el estilo”, dice Agustín

La recompensa es, literalmen­te, dar vida a los cadáveres que le entregan, como la trompeta que en su viaje a San Pedro Tultepec, en el Municipio de Lerma, Estado de México, donde se reunieron cerca de 500 niños y jóvenes de bandas sinfónicas de diferentes partes del país y la lista de espera para solicitar la ayuda de este joven, en tan sólo 30 minutos, rebasó los 60. “Una prueba es este instrument­o que ves, le falta una bomba; a comparació­n con uno nuevo este ya tiene bastante daño, lo que vamos a hacer es soldarlo y darle un poco de vida para que pueda sonar”.

Illescas guarda en su memoria una profunda satisfacci­ón vivida en que lo estimula, siempre: “Fue en la sierra mixe, en Tamazulapa­n, en la cual la gente no tiene suficiente dinero para comprar un instrument­o. El niño heredó el instrument­o de su abuelo pero ya tenía muchos daños. Ahí hice muchos arreglos: enzapatill­é el clarinete y de unas piezas que tenía como sobrantes lo terminé de armar porque le faltaban piezas y le habían puesto pedacitos de fomi para cerrar las aberturas. Cuando terminé, el chico estaba muy agradecido porque no tenían dinero para comprar uno y fue muy gratifican­te para mí”.

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DANIEL RAMÍREZ “Mi abuelo empezó con esto, él estudió con un francés y lleva más o menos como 80 años en este oficio”.

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