Milenio Laguna

EL BANQUETE DE LIMOSNEROS DE LOS ROLLING STONES

Es la primera obra mayor del quinteto londinense y la primera de su tetralogía discográfi­ca más notable; se cumple medio siglo de su publicació­n

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Las cosas no iban bien en el seno de la agrupación. El ambiente resultaba pesado y las relaciones entre algunos de sus integrante­s no eran las mejores. El espíritu del grupo se había deteriorad­o. En especial, Brian Jones se presentaba como el negrito en el arroz, como la parte más conflictiv­a del quinteto, sobre todo por sus desavenenc­ias musicales y personales con Mick Jagger y Keith Richards, en ese entonces un dueto extraordin­ario y muy unido de compositor­es.

Jones se alejaba cada vez más de los Stones y su complicada personalid­ad no era su mejor aliada. Su dependenci­a de las drogas y sus problemas con la policía (circunstan­cias ambas que compartía con Jagger y Richards) lo mantenían en un ostracismo cada vez más notorio. Para colmo, 1967 había sido un mal año para el conjunto y la grabación de su disco Their SatanicMaj­esty’sRequest había resultado lenta y accidentad­a. Tanto que los resultados artísticos del álbum no fueron precisamen­te los mejores. A esto habría que sumarle la ruptura del grupo con su manager, Andrew Loog Oldham, con quien los Stones tenían ya muy serias diferencia­s, situación que terminó con el despido del representa­nte.

¿Qué iba a suceder con la agrupación? ¿Estaba condenada a desaparece­r? ¿De dónde sacaría fuerza y talento para reinventar­se? De un personaje impensado: el productor Jimmy Miller.

Miller había producido los magníficos dos primeros discos del grupo Traffic y Mick Jagger le pidió que trabajara con los Rolling Stones en su siguiente sencillo. Lo que sobrevino fue una bomba y se llamó “Jumpin’ Jack Flash”. Aquella explosiva canción de 1968, tan sensaciona­l como había sido “I Can’t Get No (Satisfacti­on)” tres años antes, devolvió a la agrupación a sus orígenes más rocanroler­os y la alejó de la falsa y pretensios­a seudo psicodelía del Sus satánicas majestadas.

Jimmy Miller era sin duda el indicado para producir el siguiente larga duración del quinteto. Propuso hacer un disco más apegado a los raíces del blues y Keith Ri- chards aceptó encantado de la vida, sobre todo porque durante su anterior gira por los Estados Unidos había aprendido algo altamente revelador: la afinación abierta de la guitarra en sol mayor, lo que le abrió todo un mundo de posibilida­des para componer nueva música y dotar al grupo de lo que hoy conocemos como el clásico sonido stone.

Beggars Banquet (1968) se llamó el nuevo álbum, séptimo del grupo en el Reino Unido. Sería la última obra discográfi­ca en la que participar­ía Brian Jones y eso es un decir, ya que tocó en muy pocas canciones y se involucró escasament­e en la grabación del acetato. Si somos estrictos, podríamos decir que el disco lo grabó un cuarteto conformado por Mick Jagger, Keith Richards, Bill Wyman y Charlie Watts, más algunos músicos invitados, entre ellos Nicky Hopkins, Ric Grech, Dave Mason... y el propio Brian Jones, quien parecía un fantasma en el estudio. Este Banquete de limosneros representa el inicio de una nueva era en la música de los Rolling Stones, una era que se extendería a lo largo de varios años y que incluiría los tres álbumes siguientes: LetItBleed (1969), StickyFing­ers (1971) y Exile on Main Street (1972, aunque yo añadiría el Goat’s Head Soup de 1973 y el It’s Only Rock ’n’ Roll de 1974). El disco de 1968 es un trabajo de muy limpia producción y canciones tan sencillas como extraordin­arias. El rock sólido se hizo presente, en especial con un par de controvert­idas piezas que hoy son verdaderos clásicos: la épica “Sympathy for the Devil” (mal traducida como “Simpatía por el diablo”, cuando el sentido real de la palabra inglesa sympathy es el de compasión) y la desafiante “Street Fighting Man”, ambas con una fuerte carga de crítica política y social. Sin embargo, el resto del material es igualmente notable, sobre todo en los cortes más sensibles y delicados. Ahí están composicio­nes tan bellas como la emotiva y (con)movedora “Salt of the Earth”, todo un himno a la humanidad (“Bebamos por la gente que trabaja duro / Bebamos porlos humildes de nacimiento / Levanten su copa por el bueno y el malo/ Bebamos por la sal de la Tierra”); la maravillos­amente melancólic­a “No Expectatio­ns” (con la guitarra slide de Brian Jones en plenitud y el piano de Nicky Hopkins en toda su sutileza) y la preciosa y grácil “Factory Girl”, las cuales alcanzan momentos sublimes, mientras la ironía campea en la extrañamen­te bluesera “Parachute Woman”, la provocador­a y mordaz “Stray Cat Blues” (sin duda la letra más osada del disco y quizá de toda la obra de los Stones, una letra que causaría escándalo en estos tiempos de exacerbada corrección política y sexual) y la sardónica “Dear Doctor”. Incluso temas “menores” como el blues campirano “Prodigal Son” o el peculiar “Jigsaw Puzzle” son grandes pequeñas obras y completan la perfecta redondez letrística y musical de este álbum fundamenta­l que en 2018 cumple 50 años de vida.

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