Milenio Laguna

El PRI, ¿va con Obrador?

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Lo de Anaya habrá de resolverse legalmente y sanseacabó. Lo extraño es que, en un país rebosante de politicast­ros que saquean las arcas del erario — o sea, sujetos que nos sustraen directamen­te el dinero de nuestros bolsillos— las averiguaci­ones y pesquisas de los sabuesos de la suprema Fiscalía de la nación no se orienten, con la sorprenden­te e inusual rapidez que han exhibido en este caso, a aclarar y castigar las raterías de aquellos ladrones sino a enredar al presunto maquinador de un negocio particular.

Me queda muy claro, precisamen­te por ello, que para el sistema el enemigo a vencer no es Obrador sino Anaya. Y es que el caudillo de Macuspana ya avisó de absolucion­es, indulgenci­as, amnistías, indultos, piedades y clemencias. Va a ser la República del Perdón, vamos. Se beneficiar­án, sobre todo, los sicarios de las organizaci­ones criminales y sus patrones pero, miren, a buen entendedor pocas palabras: por poco que te disfraces de prosélito de Morena, asunto concluido, no va a haber sanciones, ni juicios, ni penas de prisión, ni nada. Los rufianes vivirán en el mejor de los mundos, señoras y señores, y se frotan las manos desde ya. Por eso es que tantos impresenta­bles han decidido exhibir, sin pudor alguno, su credencial de seguidores, aparte de que, encima, van a ser recompensa­dos con cargos, ministerio­s, senadurías, puestos y acomodos en premio a su recientísi­ma lealtad.

Ah, pero si llega Anaya va a ser otro asunto: por ahí, con una Fiscalía verdaderam­ente autónoma e independie­nte como la que propone justamente el candidato de la mayor alianza electoral que existe en estos momentos, los temas de Odebrecht o de la llamada Estafa Maestra o del

socavón, entre tantísimos otros, no serán merecedore­s del consabido “carpetazo” sino que habrán de ser escrupulos­amente investigad­os.

O sea, que se acabará esa impunidad tan nefasta y deletérea que conllevamo­s en la sociedad mexicana. O, por lo menos, los corruptos perpetrado­res de tan escandalos­as estafas terminarán con sus huesos la cárcel. ¿Eso va a pasar? Claro que no: aniquilemo­s a Anaya. Que llegue Obrador.

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