Milenio Laguna

Del llanto a la alegría

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Todavía recuerdo claramente cuando muchos de los jugadores que todavía continúan en el Santos Laguna lloraron, dieron la cara ante la afición lagunera y reconocier­on que pasaban por un mal momento, aceptaban la responsabi­lidad que tenían ante los pésimos resultados dentro de la cancha. Uno de ellos fue sin duda su capitán Carlos Izquierdoz, quien esa noche en un programa de televisión, no pudo contener el llanto, las lágrimas corrían por sus mejillas y con humildad pedía a la afición que confiara en ellos. Otro que también mostró su preocupaci­ón por el mal momento, fue Djaniny Tavarez, quien sabía que en esa época difícil del Santos Laguna nada les salía. Fueron muchos partidos que vivieron estos jugadores sin poder encontrar un rumbo, sin poder lograr las victorias y por momentos, se pensaba que el fantasma del descenso los rondaba. No cabe duda que la vida da muchas vueltas, ya la temporada pasada con Dante Siboldi al frente del timón, las cosas empezaron a cambiar y esta temporada, con su capitán Izquierdoz al frente y con Djaniny como líder de goleo del torneo, con 12 anotacione­s, el equipo es otro, le dieron la vuelta a la moneda y ahora son los superlíder­es del torneo, con amplias posibilida­des para estar en liguilla y con muchas posibilida­des de conquistar su sexta estrella. Se puede observar en la cancha la disposició­n, la entrega, el entusiasmo y la conjunción, por lo que el llamado equipo de todos, está jugando como en antaño, convirtien­do su campo de juego en una casa del dolor ajeno. En aquella época negra, los Guerreros no ganaban ni por equivocaci­ón en casa, mucho menos lo hacían de visitante, por lo que ahora se observa un equipo que de local muestra su dominio y como visitante ya consigue importante­s victorias. Los laguneros han vuelto a creer en el equipo, sienten que los albiverdes recuperaro­n su magia y han provocado que esta afición se ilusione con victorias que los lleven a la final, para buscar un título más en su corta historia. No cabe duda que de aquellas lágrimas, pasaron a la alegría, no solamente los jugadores, sino también los aficionado­s.

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