Milenio Laguna

EN GUSTOS SE ROMPEN CUELLOS

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Los metrobuses de CdMx vienen en todas las formas y tamaños según la ruta: si uno toma la línea que va por Insurgente­s a veces te toca un metrobús oscuro, a veces doble, a veces chaparrito y a veces muy alto. Si uno va para San Lázaro o el Aeropuerto, el metrobús tiene rejas para echar las maletas o las bolsas del mandado llenas de tomates, chilacas y papas para freir. El metrobús que va sobre avenida Balderas tiene un pitido muy molesto, pero es amplio. Podemos decir que son como los chilangos: unos gorditos, unos más flacos, unos más molestos, unos más altos, etc.

Aún así y viéndolo de manera optimista, el Metrobús es un gran avance en materia de transporte público. De otra manera seguiríamo­s viajando por Insurgente­s en viejos microbuses que paran en cada esquina y al que hay que bajar dando un saltito al mismo tiempo que gritamos “¡echen paja!”. Tal vez es por eso que una mañana Miguel Ángel Mancera se despertó pensando que lo que necesita la gente que viaja por Paseo de la Reforma es (sí, adivinaron) otra línea de Metrobús. Pero tan notable avenida merecería un transporte que nos pusiera al nivel de las grandes capitales mundiales, como Londres. Así, con bombo y platillo anunció que esta ruta tendría metrobuses de dos pisos. Y como no hay plazo que no se cumpla, ese día llegó.

Vistos desde afuera, los nuevos metrobuses son muy bonitos: recuerdan a los turibuses que van por toda la ciudad, llenos de gringos que toman fotos y nos saludan con la mano. Una vez adentro, la parte inferior es lo que ya conocemos, con asientos cómodos y algunas manijas para agarrarse cuando el conductor le meta freno. Pero lo interesant­e es subir al segundo piso: ahí es cuando comienza la emoción.

La escalera para subir es estrecha: le recomendam­os bajar de peso para ascender y medirse la cintura, ya que si usted es muy gordito, corre el riesgo de quedarse atorado. Eso nos lleva al segundo problema: si hay mucha gente subiendo y usted quiere bajar, tendrá que esperarse a que todos hagan una maniobra para acomodarse como en estacionam­iento público. Recomendam­os que anticipe su bajada diez kilómetros antes, para que no se pase.

Ya arriba, la cosa cambia. No se permitirá que la gente vaya de pie, por una buena razón: el segundo piso mide 1.70 m de altura, así que si usted tiene cuello de jirafa, hágase a la idea que en lo que encuentra asiento y se acomoda tendrá que ir con la barbilla al pecho (también rece porque el metrobús no caiga en un bache porque acabará con fractura múltiple expuesta). Pero cuando se acomode en su asiento, ¡oh la lá!, la comodidad absoluta. Prefiera usted los lugares que están hasta adelante, para ver, en primera fi la, a la gente que corre cuando se cruza la calle y para saludar a los transeúnte­s y otros automovili­stas.

Usted se sentirá como rey, viendo la ciudad hacia abajo. La única incomodida­d es que, al ser tan chaparrito, el calor se encierra como en temazcal. Uno suda como pollo en rosticería a menos que enciendan el aire acondicion­ado (no pensemos en que se descompong­a, aunque dudamos que eso suceda porque en México le damos buen mantenimie­nto a nuestro transporte).

La conclusión a la que llego, es la siguiente: si en otras líneas ya se probaron metrobuses que son muy cómodos y en los que la gente va apretada, pero contenta, ¿por qué escogieron este modelo para hacernos sufrir? Mi hipótesis es la siguiente: que Mancera busca que la gente sea más civilizada al momento de subir, bajar, programar su viaje, etc. O es eso, o los compró en rebaja. Voto por lo último.

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