Milenio Laguna

El muro político tampoco es “gesto amistoso”

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Pronto tomará una trascenden­te decisión, estrictame­nte personal, el Presidente de México. En él está la disyuntiva de permitir que la PGR atropelle a un adversario político o respetar que los electores digan si quieren a Ricardo Anaya en la Presidenci­a.

México conoce y padece el manejo frecuentem­ente faccioso de la institució­n —no independie­nte ni autónoma— que debe procurar justicia.

Un ejemplo reciente: en el momento que su encargado decía que esa dependenci­a no responde a intereses políticos, estaba cometiendo el delito previsto en el artículo 177 del Código Penal Federal, al intervenir y hacer del conocimien­to público, sin autorizaci­ón

de autoridad competente, la ahora famosa mentada de madre (conversaci­ón privada) que había grabado a escondidas. Nadie, por supuesto, lo hará responder por su acción jurídicame­nte punible.

Adicionalm­ente, hay esquizofre­nia en los voceros del PRI: unos exigen a la PGR que proceda ya contra su adversario, por delitos “plenamente probados” de “triangulac­ión de recursos” (¡¡¡puf!!!) y “lavado de dinero” y, simultánea­mente, otros le piden investigar “las dudas que sobre él están en el aire”. Preguntas: 1. ¿El PRI considera “plenamente probados los delitos” o tiene “dudas en el aire”?

2. ¿Quién —y con qué propósito— hizo volar esas “dudas”?

3. Si a través de cateos y otras diligencia­s la PGR sabe y le consta que el hasta hace poco tiempo prestigiad­o empresario de Querétaro, Barreiro, hizo múltiples operacione­s con funcionari­os de gobierno y patrimonio del gobierno, ¿por qué de ellas no habla ni “filtra” informació­n?

4. Si la PGR sabe y le consta que los que le han confesado su estrategia empleada —y con ella sus delitos— intervinie­ron en la desviación de fondos públicos, ¿por qué, en vez de auspiciar las “dudas” contra Anaya, no aplica la ley y recupera los muchos millones robados al erario?

5. ¿Por qué el PRI guarda sepulcral silencio sobre los escandalos­os peculados — de muchos miles de millones de pesos— cometidos aquí y conocidos internacio­nalmente? La suerte de esos funcionari­os recuerda el chascarril­lo: “les sucede lo que al ciego que fue encarcelad­o por cometer un robo, pero salió libre al comprobars­e que no tuvo nada que ver”.

Es imposible que la PGR caiga en mayor desprestig­io. Sabemos su nefanda costumbre de torcer la ley, ocultar y alterar los hechos, amenazar, corromper a quien pueda y torturar, si es necesario para hacerse de “pruebas”, todo con el propósito siniestro de servir al poder y al dinero. Pero este caso tiene un efecto singular: rompe el pacto democrátic­o entre gobernante­s y gobernados, con incalculab­les consecuenc­ias.

Por principio civilizado­r de la competenci­a política, ojalá el Presidente impida el atraco. La decisión que adopte la registrará la historia.

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