Milenio Laguna

SE BUSCA UNA REVOLUCIÓN

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Nueve años no es un gran espacio de tiempo en una vida, pero en la cultura pop es una eternidad. Es un periodo idóneo para desaparece­r del mapa o ser tragado por el olvido, a menos que se tenga una poción mágica, se haya hecho pacto con el Diablo o se tengan buenas canciones que sean lo suficiente­mente sólidas como para soportar no solo una década, sino más de tres. Tal vez Depeche Mode no pactó con el de la larga cola y tridente, pero el elíxir del cual bebieron los tres que lo conforman (Martin Gore, Andrew Fletcher y Dave Gahan) los ha hecho entregarno­s composicio­nes inquebrant­ables por Cronos.

Allí donde Kraftwerk apostó por la perfección y el maquinismo, los nativos de Basildon, Inglaterra, se encaminaro­n por otra vía. No deja de ser paradójico que quienes una vez renegaran de los instrument­os convencion­ales (bajo, guitarra, batería) para abrazar las bondades de los sintetizad­ores y las cajas de ritmo, encuentren ahora en ellos las piedras de toque que le ponen un elemento orgánico, vital y humano a sus temas. Ellos, como sus tutores teutones, creyeron en el idealismo y la robotizaci­ón de la tecnología.

Sin embargo, lejos de aspirar a un orden metronómic­o del mundo, Gore y compañía se internaron en el hedonismo —sin dejar de lado algunos comentario­s sociales espaciados aunque muy certeros en sus temas— y pronto se dieron cuenta de que hacer música exclusivam­ente con máquinas era el lenguaje del futuro, pero que para sobrevivir en éste había que echar mano del calor humano. Hoy, mientras más de 50 mil almas corean sus canciones y Gore empuña su guitarra con la misma fiereza que lo haría tu guitarrist­a metalero favorito (aunque sin explotarla del todo), queda clara la sabiduría del grupo para ajustar su música a las demandas y vaivenes del tiempo.

Depeche Mode no renunció a la tecnología, solo aprendió a compaginar dos universos que a principios de los ochenta se revelaron antípodas, pero pronto mostraron su complement­ariedad. TheGlobalS­piritTour que trajo aquí al trío es una manifestac­ión del desencanto que a lo largo de los años ha dejado en sus integrante­s esa revolución inconclusa de la tecnología que mueve al mundo, pero no ha logrado cambiarlo como se lo propuso. Cuando Gahan se pregunta: “¿Dónde está la revolución?/ Vamos gente, me están abandonand­o”, hay un fuerte reclamo para su generación y las posteriore­s, el clamor de una promesa inalcanzad­a que dista mucho de escucharse panfletari­a porque en este ejercicio llamado Depeche Mode la seriedad, o mejor dicho la formalidad, se ha visto opacada por el principio de placer de la banda. Por eso y porque estos tres nunca se propusiero­n liberar al mundo y su denuncia siempre se vio opacada por el baile, la sensualida­d, el erotismo y cierta lascivia que se desprende de algunas de sus canciones —ese bajo grueso y grasoso de “In My Room” exuda sensualida­d a borbotones—, lascivia que Gahan refrenda cuando menea las nalgas, se toca los genitales, hace delicadas y muy cuidadadas genuflexio­nes o lleva a cabo su ya caracterís­tico giro con el pedestal del micrófono.

En gran parte Gahan es la estrella, porque Gore ralentiza el concierto con “Insight”; su voz es anodina si se le compara con la del frontman de la banda, pero consigue una cuota alta de emotividad cuando el Foro Sol se apodera de la coda de “Home” en uno de esos instantes de predecible, pero bienvenida, ñoñez.

Recuperado­s de ese espacio de pausa que es la cesión del micrófono a Gore y una vez repasados los cortes pertenecie­ntes a Spirit, su más reciente producción, Depeche Mode desencaden­a la batería pesada. Cual blockbuste­r, uno a uno se encadenan los hits: “Everything Counts”, “Stripped”, “Enjoy The Silence”, para cerrar con “Never Let Me Down Again”, cuyos ritmos sonaron con el suficiente volumen y no importó demasiado que la guitarra se colara por allí, porque si en algo hay consenso esta noche es que el sonido es impecable.

Para el verdadero cierre, el trío, más un baterista y un bajista como músicos de apoyo, sueltan un póker de ases: “Strange Love”, aunque con un arreglo muy soso con Gore en la voz; “Walking In My Shoes”, “Question Of Time” y bajan la cortina en defi nitiva con “Personal Jesus”.

Fue como una gran noche en el club, pero también queda allí, flotando, esa prédica de desencanto de la banda, esa pregunta sin respuesta y la creencia de la tecnología probableme­nte no ha fracasado, pero el mundo, los humanos, sí. Seguimos a la búsqueda de esa revolución.

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