Milenio Laguna

O sea, que lo lleva con correa al pueblo. Ah…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Un tigre es una fiera. Son simpáticos y muy bonitos, los tigres. Pero, peligrosos. Por eso no hay tigres sueltos en las calles de nuestras ciudades, miren ustedes. Viven en cautiverio en los zoológicos, esos animales y, desafortun­adamente, se encuentran en peligro de extinción en sus medios naturales, como tantas otras especies en estos días. Metafórica­mente, decir que “hay que amarrar” al tigre que se salió de la jaula después de unas elecciones presidenci­ales significa, supongo, que el pueblo, con perdón, es justamente eso, una fiera a la que hay que… ¿inmoviliza­r?

Pero, a ver, ¿quién podría amarrar al mentado felino? Pues, creo que no estamos hablando de un domador, oigan, porque esos profesiona­les manejan el látigo, sobre todo. No llegan a paralizar de plano a la bestia. De hecho, no tengo almacenada­s en mi cerebro imágenes de tigres ama

rrados. En mi galería personal aparecen animales hermosísim­os en las praderas de Asia y conservo también recuerdos de mi infancia, cuando me llevaban mis padres al circo. En aquellos tiempos, los veías saltar donairosam­ente a través de un aro llameante y realizar otras gracias en su condición de socios obligados de sus amos. Hoy, eso está prohibido. Los elefantes, los osos, las cebras y los antedichos tigres ya no deben ser parte de la clase trabajador­a. Hasta nuevo aviso, seguirán habitando nada más los espacios de los zoos o, lo repito, esos hábitats en los cuales se encuentran seriamente amenazados.

En fin, el asunto es que la fiera está ahí, entre nosotros. El tigre, es decir. Y, lo van a “soltar” al animal precisamen­te quienes, al no concederle al señor domador esa victoria electoral que reclama anticipada­mente, se verán obligados a afrontar su bestialida­d sin que el hombre meta ya las manos para prevenir la catástrofe.

Podría él, como ya lo ha hecho en ocasiones anteriores, ponerse a soltar de latigazos para amansar al felino furioso. Pues, no. Avisa que no lo hará. Es más, ni siquiera va a usar la correa que acostumbra para tener bajo su mando al tigre-pueblo que lo sigue.

Qué miedo, caramba.

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