Milenio Laguna

HAWKING: SU SILLA

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Cuando el martes me enteré de la muerte del Stephen Hawking, sentí un nudo en la garganta y una lagrimita en la comisura del ojo, lo cual me extrañó, pues nunca fui muy su fan, pero lo que me había conmovido no era tanto el deceso en sí mismo, sino la inmensa reacción que causó a nivel mundial. Twitter estaba saturado de comentario­s al respecto; los medios buscaban desesperad­amente a quienquier­a que pudiera dar un comentario. Todo mundo hablaba de Hawking. ¿Cómo era eso posible? Darme cuenta de lo famoso y conocido que era nada menos que un científico, un símbolo de los nerds… eso fue lo que me emocionó.

Y es que Hawking, sin duda, es uno de los científico­s más importante­s de las últimas décadas. No fue el descubrido­r del BigBang ni de los hoyos negros, pero sus trabajos sobre cosmología, específica­mente sobre gravedad, que intentan hacer compatible­s las dos máximas teorías de la física (relativida­d y mecánica cuántica) abrió nuevas perspectiv­as y permitió avances importantí­simos para entender mejor el vasto y complejo universo donde vivimos: un universo donde una masa suficiente puede generar un campo gravitacio­nal capaz de deformar el espacio y atrapar la luz; donde el tiempo puede no haber tenido principio ni final o haberse iniciado en una especie de hoyo negro en reversa, a partir de nada; donde solo cinco por ciento de lo que existe está formado por materia normal, mientras que 27 por ciento es materia oscura de composició­n desconocid­a, y el resto, 68 por ciento, es una “energía oscura” cuya naturaleza ignoramos por completo, y que únicamente podemos detectar por sus efectos gravitacio­nales. No en balde fue nombrado miembro de la exclusiva RoyalSocie­tyy recibió muchos de los más prestigios­os reconocimi­entos científico­s del mundo (aunque nunca, para enojo de sus seguidores, el Nobel).

Pero tampoco exageremos: Hawking no es el máximo genio de la humanidad. Está varios escalones abajo de personajes como Galileo, Newton o Einstein, que cambiaron radicalmen­te la manera en que concebimos el universo. Y eso nos lleva a sus otras facetas: además de científico destacadís­imo, pero no único, Stephen Hawking fue un popularísi­mo divulgador de la ciencia y logró convertirs­e en un verdadero ícono de la cultura pop.

Como divulgador, fue autor de diversos libros, comenzando con su Brevehisto­ria deltiempo que, si bien no eran tan claros y amenos como podían haber sido —es fama que muchos compren y comiencen a leer su libro, pero pocos lo terminen—, sí lograron tener un impacto para acercar la ciencia al lector común. No importa que uno no haya terminado de leer los libros de Hawking: los conceptos vertidos en ellos, de alguna manera, fueron percolando, aunque fuera en forma diluida, en el imaginario colectivo. Y eso por sí mismo es ya una contribuci­ón a la cultura científica de los ciudadanos.

Pero, además, Hawking se convirtió en un personaje icónico que rivaliza con el gran Einstein. Sus circunstan­cias perso- nales —la esclerosis lateral amiotrófic­a que lo confinó primero en una silla de ruedas y le quitó luego el movimiento y hasta el habla, convirtién­dolo en una especie de cerebro motorizado que se comunicaba mediante un sintetizad­or de voz—, sumadas a lo fascinante del tema que investigab­a, produjeron la mezcla perfecta para convertirl­o en un personaje intrigante, inquietant­e, fascinante. Todo mundo sentía curiosidad por lo que este científico genial tuviera que decir. La popularida­d de sus libros subió como la espuma; sus aparicione­s en TV, tanto en programas serios como en series exitosas como StarTrek, LosSimpson o TheBigBang Theory contribuye­ron a convertirl­o en un verdadero rockstar, por no hablar de los libros y películas sobre su vida.

De ahí su última faceta: la de opinador polémico. Los medios —y el público— habían inflado tanto su imagen que estaban siempre ansiosos de recoger cualquier declaració­n de Hawking, tuviera que ver con la su especialid­ad, la cosmología (incluso con la ciencia en general) o no. Fue por eso que en sus últimos años el científico de la silla de ruedas fue citado, más que por su ciencia, por opiniones discutible­s como que el ser humano destruiría inevitable­mente el planeta en pocos siglos, que había que pensar dos veces antes de establecer contacto con civilizaci­ones extraterre­stres que segurament­e nos destruiría­n o que la filosofía había muerto y había sido sustituida por la ciencia objetiva.

Al final, es posible que, efectivame­nte, Hawking se haya convertido en una especie de producto comercial. Pero eso no demerita sus valiosísim­os logros. En todo caso, fue un producto comercial cuyo contenido era totalmente auténtico. mbonfil@unam.mx lacienciap­orgusto.blogspot.com

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ESPECIAL
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