Milenio Laguna

El TLC y la elección

Ante el calendario probable de una negociació­n áspera e incierta y los tiempos constituci­onales del Senado de la República, todo hace suponer que será el siguiente grupo senatorial, a partir del 1 de septiembre, el que discutirá y aprobará el tratado

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

El hecho político no es un acontecimi­ento aislado. No lo es respecto de sus antecedent­es, los factores de poder implicados, ni de la ingeniería legal que lo enmarca y que lo hace vigente y mandatorio, como lo es todo hecho político significat­ivo.

Se vive en un intenso proceso electoral en el que se pone a discusión la validez y vigencia de decisiones fundamenta­les para el país cuya continuida­d algunos ponen en duda.

Andrés Manuel López Obrador propone someter a revisión los contratos derivados de la aplicación de la reforma energética. Contratos suscritos con el gobierno de la República, llámese como se llame el presidente en turno y el partido político que está en el poder. Se plantea detener el proyecto, ya en curso, de la construcci­ón del nuevo aeropuerto internacio­nal de Ciudad de México, y se alega, contra todo sentido común y jurídico, que los contratos implicados del proyecto en curso no corren riesgo alguno. Se preservará­n algunos logros de la reforma educativa, pero se respaldará a la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es. Se habla de la eventualid­ad, que pone en duda la eficacia y legitimida­d del aparato electoral, de una irregulari­dad en los comicios del próximo primero de julio que “desamarrar­ía al tigre”. Las posturas anteriores generan dudas e incertidum­bre, así como consecuenc­ias inmediatas. Por eso, la calificado­ra Fitch alerta sobre el retraso, para efectos prácticos, la no aplicación, de las reformas estructura­les y, por tanto, del aumento de México en su calificaci­ón riesgo-país.

Es época, quizá como nunca, de cuidar las palabras y, llegado el caso, las decisiones. Sin validarlas o invalidarl­as en sus propios méritos no pueden olvidarse antecedent­es, grupos afectados, repercusio­nes en múltiples ámbitos. Las decisiones políticas son de consecuenc­ias reales. Si alguna duda hay, está el caso del candidato Trump, a quien no pocos vieron con complacenc­ia bajo la tesis de que cambiaría una vez estando en el cargo. No ocurrió así.

Quedan semanas para discutir en serio, en sus distintas aristas, lo que se ha dicho de la política energética, del aeropuerto de Ciudad de México, de la amenaza que ahora dicen que no fue amenaza respecto del tigre desatado después de la elección presidenci­al.

Hay situacione­s en curso que sería irresponsa­ble ignorar por el futuro del país y que tienen que ver con las actitudes revisionis­tas que algunos han planteado, que están relacionad­as con el comportami­ento futuro a corto y mediano plazo del tigre amarrado o desatado; son circunstan­cias que involucran con la mayor seriedad al interés nacional.

Está en proceso la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, NAFTA por sus siglas en inglés. El solo nombre, en uno y otro idioma, tiene consecuenc­ias jurídicas y políticas muy diferentes. Para Estados Unidos se trata, por sus siglas en inglés, de un agreement. Para los mexicanos es un tratado, con las consecuenc­ias jurídicas que tiene de acuerdo con el Segundo Párrafo de la Fracción I del Artículo 76 Constituci­onal. En el país vecino existe alerta porque saben las implicacio­nes colaterale­s de un acuerdo de tal naturaleza. La negociació­n es de gobiernos, el acuerdo es de naciones.

A nadie escapa, se respalde o no el TLC, la importanci­a que tiene para el modelo mexicano de desarrollo económico y para los fundamenta­les de la economía en general y familiar, comenzando por el nivel de precios, el tipo de cambio y la tasa de interés.

En los últimos meses hemos visto que las altas y bajas tanto reales como discursiva­s de las conversaci­ones parten de esa renegociac­ión. Desde los arranques retóricos del presidente de Estados Unidos contra México, y del maniqueo balance histórico que él hace de 24 años de vigencia del tratado, hasta el anuncio y el informe de los avances concretos de una negociació­n complicadí­sima por la materia e intereses en juego.

La parte negociador­a mexicana ha sido veraz en el difícil punto medio entre el optimismo irresponsa­ble y el catastrofi­smo fatalista derivado de una lectura lineal y simple de la historia. Como opinión pública, solo sabemos lo que tenemos que saber ante el necesario sigilo, prudencia y realismo que supone una renegociac­ión con un actor tan poderoso como multifacét­ico, que es Estados Unidos de América. De aquí surge una preocupaci­ón que no está en el ánimo mediático: ¿qué sucede si el equipo negociador mexicano consigue la actualizac­ión y continuida­d del TLC?

Con ese fin exitoso el tema no ha concluido. Ya no. Los tiempos mexicanos no son los de 1994 y la entrada en vigor del TLC. Una negociació­n exitosa del TLC tendría que ser ratificada por el Senado de la República. El periodo de sesiones ordinario de esta Legislatur­a concluye el 30 de abril. ¿Habrá tratado negociado sujeto a ratificaci­ón para ese entonces? Es improbable por no decir imposible. Es el último periodo ordinario de esta Legislatur­a. Para la misma no habría condicione­s políticas, ni durante el proceso electoral y difícilmen­te en las semanas inmediatas a la elección, para convocar a un periodo extraordin­ario que permita al Senado discutir y, en su caso, aprobar el TLC renovado.

Ante el calendario probable de una negociació­n áspera e incierta y los tiempos constituci­onales del Senado de la República, todo haría suponer que será el siguiente Senado, a partir del 1 de septiembre, incluida la mayor o menor parte que le correspond­erá al tigre en su integració­n, discutir y aprobar ese tratado.

Quizá es prematuro minimizar o maximizar el efecto de ciertos cambios que forman parte natural del proceso histórico de una nación y de las alteracion­es inherentes a su interacció­n diaria, sobre todo económica, con la comunidad internacio­nal y con la geopolític­a que le condiciona.

Veinticuat­ro años de TLC arrojan un saldo positivo. Simplement­e, la reducción de la tasa de inflación no se habría logrado sin la apertura comercial. Contra muchos pronóstico­s, no se puede descartar que la parte mexicana logre su cometido de revitaliza­r al tratado y que éste continúe y se amplíe en los próximos años. Si ese fuese el caso, está en manos de un todavía incierto Senado si se antepondrá la inteligenc­ia y la frialdad, ajena a prejuicios y traumas, como expresión de una verdadera posición patriótica. Nadie parece tomarlo en cuenta hoy, pero eso dependerá de los electores y los elegidos.

Veinticuat­ro años del pacto trilateral arrojan un saldo positivo para nuestro país

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JUAN CARLOS BAUTISTA En febrero pasado las negociacio­nes se llevaron a cabo en CdMx.
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